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La ex actriz porno Jessie Rogers expone los impactantes abusos de la Industria del Porno


La ex actriz porno Jessie Rogers expone los impactantes abusos de la Industria del Porno y nos cuenta su historia.

“Me captaron siendo menor. La pornografía no es fantasía, lo que les hacen a las chicas es real, el abuso es real. La pornografía es una tapadera para la prostitución”

El porno feroz


La misoginia como espectáculo

 

En el porno del siglo XXI, el sexo es sólo una coartada para la violencia[1]. Amparada tras un arsenal de argumentos falaces, victimista hasta el paroxismo, la pornografía amplía su campo de batalla mientras reduce la condición humana de la mujer y pulveriza su dignidad[2]. Impulsado por una insaciable ansia de ofrecer “todavía más”, el porno se ha convertido en una maquinaria universal de propaganda misógina. La debilidad de sus detractores (y la habilidad del mundo porno para descalificarlos) ha conducido a una situación paradójica, en la que el porno se presenta y se acepta como valedor y defensor del sexo, cuando el sexo, ya lo hemos dicho, no es más que una coartada para ejercer (sin penas) y promulgar (entre aplausos) un modelo machista brutal y extremo. Este alegato contra el porno, contra la aberrante evolución que ha sufrido la representación y exhibición de escenas sexuales, contra la propuesta de un sistema único de relaciones sexuales basado (y complacido) en la conducta violenta y en la actitud despectiva contra las mujeres, es una reflexión desordenada y confusa, alarmada y dolorosa, que se enfrenta, sobre todo, al silencio que la sociedad mantiene sobre este asunto.

PRÓLOGO (‘BLOW JOB’)

La primera vez que fui a ver una película porno (Educating Mandy) junto a varios amigos, a la sala X de la Corredera Baja de San Pablo, en Madrid, comprobé que, efectivamente, aquello “podía herir mi sensibilidad”: ¿cómo era posible tratar así a las mujeres? ¿Cómo se podía ser tan zafio y machista? Y, sobre todo: ¿cómo podía plantearse que algo así se pudiera filmar y exhibir? ¿Cómo estaba permitido? ¿Cómo podía tener público? Salí conmocionado de la sala… y también tremendamente excitado. De vuelta a casa manifesté convencido que nunca más iría a ver semejante barbaridad, criterio que compartieron mis compañeros de aventura, pero pocas semanas después todos nos enganchamos irremisiblemente al porno.

Vista hoy, aquella película parece una nadería comparada con las brutalidades habituales que caracterizan a la producción pornográfica actual. Al fin y al cabo, en aquellos polvos sólo había unos tipejos asquerosos y groseros que trataban con desdén y sin respeto a varias chicas jóvenes y bellísimas. De haberse filmado hoy, Traci Lords, Christy Canyon y compañía, además de todo tipo de insultos, se habrían llevado varios escupitajos en la boca y en los ojos, habrían recibido unas cuantas hostias, les habrían abierto el culo hasta el límite y habrían sido forzadas a vomitar tras atragantarse con las pollas de sus compañeros de reparto, quienes habrían acabado meándose sobre ellas. En fin, lo normal. Sí: lo normal: eso es lo que ocurre en la inmensa mayoría del porno del siglo XXI, el que anuncian y emiten todos los días Digital Plus y las televisiones locales, el que recibe premios y aplausos, el que protagonizan estrellas del espectáculo como Rocco Siffredi o Nacho Vidal. Ése es el porno que se ha instalado en nuestras pantallas, en nuestras casas, en nuestras conciencias.

INTRODUCCIÓN

La pornografía se ha convertido en un tabú, no por inconfensable, sino por intocable. No hay quien que hable en su contra, algo realmente sospechoso, ni síntomas de preocupación o protesta ante la evidencia que la pornografía es un instrumento universal y eficacísimo de propaganda de la misoginia, un aparato reaccionario y fascista que ha reducido, caricaturizado y secuestrado el sexo, una herramienta que publicita y vende un modelo basado en el desprecio de la mujer. Es algo obvio, palpable, pero no hay nadie que levante su voz contra esta arma de destrucción machista[3]. Todavía se sigue considerando a la pornografía como algo vinculado a la libertad sexual, por mucho que se muestre y demuestre ser un mecanismo de desigualdad, discriminación y agresión.

La pornografía del siglo XXI ha seguido un proceso de expansión, legitimación, normalización y radicalización. Se ha producido la pornificación de la sociedad: la pornografía ha entrado masivamente en los hogares a través de la televisión y, sobre todo, de internet y ha penetrado con fuerza en las conciencias y en las costumbres. El porno se normaliza (se hace normal) y a la vez normaliza (impone las reglas de) un modelo de relaciones sexuales basado en la celebración del sometimiento de la mujer, de su reducción a objeto de placer y fuente de satisfacción sexual.

La pornografía se muestra inmune a las críticas por su habilidad para situarlas (y así descalificarlas) junto a compañeros de viaje tan indeseables como los ultraderechistas y los fundamentalistas religiosos. También junto a las feministas, cuya indispensable labor ha sido ridiculizada con saña y sin pausa. Sin embargo las teorías y argumentos de las feministas de los años setenta[4] están más vigentes y son ahora más necesarios que nunca. La pornografía es hoy un paraíso fiscal de la delincuencia del sexo, y alimenta directamente graves problemas sociales como la violencia de género, el proxenetismo, el tráfico de personas, la pederastia y la lamentable educación sexual de varias generaciones. Si la pornografía sitúa a quien la critica junto a fanáticos políticos y religiosos, sus defensores se colocan al lado de los verdugos, violadores, ejecutores y filonazis del sexo.

Ésta es la pornografía del siglo XXI[5]. Esto es el porno, esa manera familiar y amistosa de nombrar la pornografía. El porno ha secuestrado valores como la libertad sexual, la diversidad sexual y hasta la libertad de expresión. El secuestro opera en una doble vertiente: proclamarse como abanderado fundamental de estos valores para después retirarlos del espacio público. Esta labor, aparentemente contradictoria, tiene sin embargo una explicación muy coherente: el porno elimina esos valores porque, en realidad, van en contra de su esencia (reaccionaria, reductora y absolutista) aunque los encarne demagógicamente por razones de legitimidad y de marketing. La estafa, por evidente, no deja de ser eficaz, y así se constata cotidianamente en la propaganda que el porno hace de sí mismo y en el amplio y creciente calado acrítico que su mensaje tiene en la sociedad. Lo que ha secuestrado el porno, puede afirmarse, en fin, es el mismo sexo, sustituyendo su riqueza por una normativa rígida y unidireccional de entender las relaciones sexuales.

El mundo, pues, ya es pornográfico. La vida es pornográfica. El sexo es porno. Sólo porno. El porno ya no es una representación del acto sexual. Es el acto sexual. Y por acto sexual se entiende cualquier cosa que produzca placer al hombre. Al hombre. Cualquiera. Todo lo que excite al hombre (al hombre) es pornográfico y, como tal, adquiere el visado que otorga el sexo y que impide la posibilidad de ser analizado o criticado. En el deformado nombre de la libertad de expresión y en el manipulado anhelo de la libertad sexual se cometen delitos constantes que conforman una propaganda universal respecto a la manera de entender (y practicar) el sexo. Se cometen delitos que se graban y se exponen y se venden con esa coartada sexual, con esa patente de corso del sexo, con esa protección garantizada por la inmunidad de la pornografía.

RADICALIZACIÓN (‘EXTREME SEX’)

¿Se puede hablar de radicalización del porno cuando ya en junio de 1978 la revista Hustler publicaba su famosa portada de una mujer triturada por una máquina de picar carne?[6] Lamentablemente, la respuesta es sí. No sólo porque esa idea ha sido recogida y multiplicada por decenas de webs porno (Meatholes sería el ejemplo más próximo) sino porque su mensaje ha pasado del chiste a la realidad, del montaje al hecho, de la ficción a la ejecución.

El porno se construye y radicaliza sobre la evidencia de que la mujer sigue estando en una situación de inferioridad universal[7] y es, por definición, abusivo, tramposo y amenazante. La descripción que hace el documentalista Stephen Walker de su encuentro con el magnate del porno Max Hardcore es realmente espeluznante, y define a la perfección cómo se las gastan en este negocio.[8]

La radicalización del porno abunda en su planteamiento como caza, tortura y castigo… Se hace una sola pregunta, obsesiva, definitiva: ¿qué más se le puede hacer a una tía? O, lo que es lo mismo: ¿Cómo se puede degradar y humillar más a una puta? El hastío, generado por las propias limitaciones de la representación sexual, sólo sigue esta vía compulsiva: más y más fuerte, más y más duro, más y más extremo. Podían plantearse otros caminos, pero no: la carrera, la lucha, la obsesión, es avanzar en la destrucción de la mujer, y se celebran y aplauden (y son rentables) ocurrencias como tratar a las mujeres como urinarios (Human Toilets), hacerlas vomitar (Gag On My Cock), abofetearlas (Slapp Happy), eyacular dentro de sus ojos (Pink In The Eye), asfixiarlas, escupirles, peerse en sus bocas y un sinfín de modalidades de vejación que son publicitadas y ofrecidas como atrevidas, innovadoras o incluso humorísticas.

No hay lugar para el buen rollo o el afecto o simplemente, la humanidad, se postula la complicidad misógina y la camaradería macho, se adoran los atributos viriles y se destruyen los femeninos, y el lenguaje es tan limitado como insultante. La pornografía tiene ya mucho más de violencia que de sexo. Es más: si una escena sexual no contiene cierta dosis de violencia (verbal, física, actitudinal…), difícilmente será considerada pornográfica.

Desde hace tiempo y cada vez más, el porno ya no es la representación de escenas sexuales, sino la grabación y exposición pública de esos actos y cuanto más crudos (menos cocidos: menos preparados: más realistas) y violentos, mejor. No hay ya lugar para la representación, de modo que el porno se halla genérica y esencialmente mucho más cerca de las grabaciones caseras y de las palizas, humillaciones y actos delictivos grabados en móviles para su posterior exhibición (en el móvil, claro, pero sobre todo en internet, espacio libre, alegal y amoral como principal pantalla)[9].

El porno crea, recrea y transforma al espectador a través de la destrucción del objeto sexual. La ley de la pornografía crea y transforma (al hombre, el espectador) mientras destruye (a la mujer, el objeto). La fórmula ideal exige que el objeto destruido sea bello, pero si hay que elegir entre belleza y destrucción, el porno se inclina por lo segundo: es preferible que el objeto sea menos bello siempre que sea más destruido[10].

La radicalización del porno afecta también al estatus de sus protagonistas. Durante muchos años se lanzó el bulo de que las verdaderas estrellas eran las mujeres, se mitificaban aquellas mujeres que entendían su papel con respecto al hombre: hacer lo que a él le apetezca (todo) cuando a él le apetezca (siempre). El truco coló entre las propias actrices y entre los espectadores más cómodos, porque, en efecto, ellas eran las protagonistas del espectáculo: cobraban más, tenían clubs de fans, asistían a premios, fiestas y festivales, salían en las portadas de los vídeos y las revistas… Esa farsa se ha ido dinamitando hace tiempo, parece que ya no hace falta disimular. Ahora las estrellas del negocio son los actores, aquellos que son más agresivos, los que no tienen límites en el envilecimiento de sus compañeras de rodaje. Ellos ahora tienen nombres y apellidos y son los grandes capos. Ya no se buscan películas de Zara Whites o Ginger Lynn, sino de Rocco Siffredi, Roberto Malone, Christophe Clark, Nacho Vidal, Max Hardcore… ellos son los que saben cómo hay que tratar a las tías. Cada vez hay menos actrices cuyo nombre (artístico o real) aparezca en las producciones. La mayoría atienden a un difuso nombre de pila, sin que casi nunca se identifique a una cara con él. Para qué, qué importan, sólo son tías, sólo son putas, las hay a millones; sin embargo, maestros del sexo, verdaderos maestros como Rocco y compañía se cuentan con los dedos de una mano. Muchas de las actrices actuales proceden de los países del Este. En ellos se reúne excelente materia prima y la mejor de las disposiciones dados los mecanismos habituales del subdesarrollo, la apertura al libre mercado y la urgente necesidad económica. Ellas son, como mucho, Tanya, Ursula, Veronika… qué más da, afortunadamente hay miles de jovencitas necesitadas a las que ofrecer un billete a la fama, a Europa o al capitalismo, y acto seguido escupirles y romperles el culo. Cada día miles de chicas buscan y encuentran la única manera que tienen de soñar con una esperanza en las ofertas o imposiciones de cuantos proxenetas, chulos, esclavistas o productores de pornografía se crucen en su camino. Lo que diferencia a estas cuatro especies nombradas es que sólo los últimos son legales. O mejor dicho: alegales, porque actúan al margen de la legalidad, y saben que hay un mercado legal que les comprará a excelentes precios sus productos y que un extensísimo y relajado y civilizado público jamás se preguntará por lo que les ocurrió en sus respectivas vidas a esos miles de mujeres con las que un día se hicieron pajas mientras observaban cómo las machacaban, insultaban y envilecían un puñado de hombres civilizados, ricos y famosos. Y qué más da; como decían los propios actores, no eran más que putas, y a quién le puede importar lo que le pase a una puta. Porque ése es el proceso que desde hace años se sigue en la gran mayoría de las películas porno, éste es el mensaje constante y redundante, por muy repugnante e irracional que sea. Todas las tías son unas putas. Algunas lo saben y actúan como putas y por lo tanto son tratadas como putas, esto es: sin respeto ni consideración, y desde una posición superior, física, moral y socialmente. Otras no lo saben y necesitan un hombre que se lo haga saber. Cuando ocurre la revelación, la mujer que ya se reconoce como puta agradece al varón su enseñanza y pasa a comportarse como tal, y por lo tanto merece ser tratada como lo que es: puta: nada. Por último están las más reticentes, las más caprichosas, las más obtusas, aquéllas que no sólo no saben que en el fondo son unas putas, como todas, sino que además se resisten a que un hombre se lo demuestre. A éstas sólo cabe obligarlas. Se las chantajea, amenaza o agrede hasta que admiten ser, efectivamente, putas. En este punto ya pueden ser tratadas como se merecen: El guante negro, emitida hace ya años por Canal Satélite Digital, es una premiada película de Christophe Clark que acaba con una pandilla de tipos escupiendo a una chica del Este y diciéndole literalmente: “No eres nada, te vamos a hacer mucho daño, no eres nada, eres una mierda, eres una puta, eres una guarra, no eres nada”. Este tipo de apreciaciones son cada vez más frecuentes, acompañadas por supuesto de órdenes, golpes, azotes y escupitajos. Uno de los nuevos reclamos para la venta de películas porno son los salivazos. Ya no basta escupir con la polla, vaya a ser que alguien crea que el porno se queda en la metáfora, se escupe a la cara directamente, o se mean en la cara de la chica después de correrse y escupirle, o la ponen a oler mierda de cerdos, como en la celebradísima Rocco el perverso, o le meten la cabeza en el váter (metáfora y realidad) y tira repetidas veces de la cadena (como se hace cuando en el váter hay mierda).

Los títulos del porno son muy reveladores y no escapan, ni mucho menos a este proceso imparable de radicalización. La cosificación de la mujer comenzó con términos como rubias, morenas, mulatas o tetonas, hace ya tiempo que no se detiene en consideraciones y va directamente al grano: putas, zorras, cerdas, marranas, guarras. La misma evolución han sufrido los verbos: de seducidas y encantadas se pasó a acosadas, perseguidas o atrapadas, para terminar desgarradas, taladradas, violadas o machacadas. Una puta es material de risa, de broma, de chiste, de insulto, de venganza[11], de humillación. Porque al fin y al cabo una puta no es nada. Si alguna sale del negocio y accede a otros ámbitos (el cine, la televisión) es ridiculizada, condenada, estigmatizada y no se pierde ni una sola oportunidad de recordarle su pasado.

La radicalización del porno invade por supuesto al terreno de las fantasías. Si se es tan ingenuo como para creer que nada de lo que muestra el porno es real, que todo es ficción, o simplemente que no se puede llegar a demostrar que lo es, surgen nuevas preguntas: ¿Es ésta la única fantasía posible? ¿Qué hay detrás de un público cada vez mayor que legitima esta fantasía y este modelo como algo válido y plausible? ¿Es el sexo que ofrece el porno el único sexo posible, la única fantasía sexual valida, el sexo ideal?

Por último, el humor porno, tan celebrado y extendido, sitúa a la mujer en el papel que han sufrido antes otros colectivos discriminados (negros, homosexuales, discapacitados…): es la burlada, la engañada, el motivo de las risas del hombre. Siguiendo con el engaño, son muy significativas las páginas dedicadas a entrevistas de trabajo. Unas veces reales y otras representadas, recogen la experiencia de chicas jóvenes que buscan trabajo y se encuentran en una evidente situación de inferioridad ante el jefe que las tiene que seleccionar: el desenlace, claro, es que tienen que acceder a los requerimientos del jefe. Esta “fantasía” no se detiene siempre en su representación: cuando el trabajo a conseguir tiene alguna relación con el sexo (fotos eróticas, por ejemplo, bailarinas de striptease, camareras en topless) la ficción se convierte en realidad y la conducta del demandante está de nuevo legitimada, pues es evidente que esas chicas son unas putas, de modo que ya se puede hacer con ellas lo que sea. Las webs recogen cientos de ejemplos en los que estos castings grabados con cámaras ocultas muestran a jóvenes que acuden a la cita para encontrar un trabajo y se marchan violadas, grabadas y chantajeadas. Lo que debería constituir prueba de delito se convierte en arma arrojadiza contra la víctima. El asunto, además de pingües beneficios, da para muchas risas. Los autores se jactan de sus trofeos y de la inocencia de las engañadas, las echan a patadas de los despachos, les tienden emboscadas con varios gañanes, se ríen de ellas… Este esquema crece en brutalidad si la víctima es una actriz porno: una mujer que va a un casting porno pude prepararse para lo peor, porque otra vez su condición (actriz porno) legitima que la traten como a tal. Son frecuentes los comentarios de este tipo: “La muy idiota de esta puta creía que venía para hacer un par de mamadas y una doble penetración y mira lo que se encontró”. “Lo que se encontró” suele ser un catálogo infinito de violaciones brutales, maltratos, torturas, palizas y escarnios. El último paso de esta escala macabra son, evidentemente, las prostitutas. Si la protagonista de una escena es una prostituta, hay veda libre. Si se contrata una puta para follar, se la folla, se le hace lo que uno quiere (no uno: los tipos del porno son grandes cobardes y suelen actuar en grupo), se la graba (por supuesto sin su consentimiento, ¿quién necesita el permiso de una puta?) y después se la echa y se le amenaza, “porque es una puta”. Las webs están llenas de estos ejemplos: quizás el método más sangrante y extendido es el de recoger a una puta en la calle, montarla en una furgoneta, y violarla y grabarla mientras la furgoneta se aleja de la ciudad; concluido el trabajo, la tiran de la furgoneta al arcén entre risas y vítores.

ALGUNAS MENTIRAS (‘FETISH’)

“El porno defiende la libertad sexual”. Esa libertad sexual se entiende entonces como la libertad del hombre de satisfacer todas sus fantasías sexuales. El hombre es libre de disponer de las mujeres a su antojo y capricho. La mujer, en el porno (tampoco en el porno) no tiene libertad, tiene obligaciones, recibe órdenes, tiene que acceder a todos los requerimientos del hombre. El hombre es libre, absoluto y caprichoso. La mujer es esclava.

“El porno defiende la diversidad sexual.” Contra la acusación de reducir la mujer a un objeto (con prestaciones y características de serie), el porno proclama su afán de variedad. Y sí, es cierto, el porno es muy variado: en realidad no hay ocurrencia capricho o perversión que el hombre quiera ver (¿por qué querrá con tanto interés y tanta saña el hombre ver estas cosas?) que no esté reflejada en la inagotable oferta pornográfica. Es decir, la variedad está puesta al servicio del cliente, que es el hombre, luego en absoluto es  el porno un reflejo de la diversidad sexual general, sino de la de una parte exclusiva de la población: los hombres: en general el porno ofrece tías buenas dispuestas a hacer todo lo que un tipo desea (cualquier tipo: bien dotado, musculoso, flacucho, impotente, gordo, peludo, lisiado, drogado… aquí no importan tanto los atributos). Y como hay hombres que las prefieren gordas, viejas, peludas, embarazadas, rapadas, chinas, negras, de clítoris gigantes, de tetas de todos lo tamaños, etcétera, el porno ofrece todo eso y más. Y ofrece por supuesto niñas. Y si el cliente quiere hombres también se los da (aunque el porno gay es mucho más delicado, en general).

Un ejemplo claro del truco de la diversidad sexual del porno lo encontramos en el bestialismo. Esta categoría no ofrece productos en los que hombres y muchachos penetran a cabras, ovejas y gallinas. Lo que ofrece la zoofilia porno es mujeres expuestas a la acción sexual de animales: mujeres folladas por perros y caballos, mujeres que tienen que chupársela a burros y cerdos, mujeres aterrorizadas por ratas, ratones y culebras que recorren sus cuerpos, mujeres penetradas por anguilas… La mujer es obligada al riesgo, y expuesta como algo inferior a un animal, menos que un perro, menos que un potro, menos que un cerdo (cualquier espectáculo basado en tratar a un animal como se trata a una mujer en el porno sería objeto de denuncia inmediata). Habitualmente, las mujeres obligadas a semejantes brutalidades muestran claramente los rasgos de la heroína y la miseria en sus rostros y en sus cuerpos. Son putas, también. Putas con clientes de cuatro patas. Otro ejemplo clarificador es el sadomasoquismo. Casi siempre son las mujeres las que aparecen atadas, quemadas, torturadas, azotadas, y agredidas. La variedad es otra de las grandes mentiras del porno.

“El porno se sitúa en el terreno de las fantasías.” El porno también realiza un extraño y perverso viaje de ida y vuelta de la realidad a la fantasía: se ampara en la fantasía para legitimar sus representaciones, representaciones que ya no son tales, pues son, en cambio, realidades. Lo real es condición sine qua non para la ejecución y eficacia de la fantasía. La fantasía del espectador tiene que depositarse sobre hechos reales filmados y expuestos y contemplados. Lo cierto es que en el porno nada es fantasía, todo es real, si diez tipos eyaculan en la boca de una chica las diez eyaculaciones son reales, la chica se las traga, tiene arcadas, le entran en los ojos, y todo es real.

“El porno lleva a cabo una importante labor pedagógica.” A menudo se alaba la función pedagógica del porno: enseña cómo hay que hacerlo. Lo que enseña el porno es cómo hay que tratar a las mujeres: hay que insultarlas, despreciarlas, humillarlas, castigarlas, violarlas, atarlas, asustarlas, azotarlas, torturarlas, agredirlas, asfixiarlas, destrozarlas y vencerlas… La seducción es, por supuesto, algo pasado de moda. Y sin embargo está en la seducción el principio justificador de muchas conductas (o enseñanzas) posteriores: seducir no deja de ser algo muy parecido a engañar: a las mujeres hay que seducirlas, es decir: engañarlas: una vez engañadas, ya se puede hacer con ellas lo que se quiera. El engaño es una trampa y la mujer la presa que ha caído en ella. Una vez presa, el cazador es su dueño. De alguna manera la habilidad para cazarla legitima su uso posterior: puede domesticarla, comérsela o degollarla y poner su cabeza adornando el salón. En este sentido es habitual que los actores porno más brutales se les muestre como “caballeros”[12], una burda máscara que no sólo responde a un obsoleto punto de vista sino que esconde también la artimaña del cazador: la galantería como cebo para que se relaje la atención de la víctima.

Claro que muchas veces el porno se salta estos vericuetos y va directamente al grano: se las viola y punto. Y si se resisten, mejor: el placer de la resistencia es continuamente expresado en el porno. Así, una página web declara: “¿qué es mejor que una tía que quiera comernos la polla? Una que no quiera comérnosla y tenga que hacerlo”. La pedagogía no se limita a la cama: fuera de ella también se enseña como hay que tratarlas: dándole órdenes. Porque a la mujer también se la enseña como tiene que comportarse: siempre obediente, siempre sumisa, siempre complaciente, dispuesta a todo (para evitar que la tilden de mojigata, estrecha o poco sofisticada), necesariamente predispuesta a relaciones lésbicas para satisfacción del macho, espectador y amo, agradecida y sonriente si la escupen, agradecida y sonriente si la ensucian, agradecida y sonriente si le dan dos hostias. Manchada, dócil. Vencida. Inerte.

SILENCIO Y MIEDO (‘BONDAGE’)

Criticar al porno parece algo inconcebible, porque se ha extendido la idea de que el porno mola, el porno es guay, el porno es lo mejor[13]. El porno se ha instalado en nuestra sociedad y ha logrado legitimarse con una autoridad sorprendente, incluso entre los que no lo consumen. Los que saben realmente de qué va el asunto suelen buscar la complicidad del aficionado, ese rollo machote que ineludiblemente conduce al celebrado “Todas son unas putas”. Resulta sorprendente la resistencia de los ignorantes y la desfachatez de los entendidos. Pero la sorpresa se difumina cuando se tienen en cuenta las múltiples y poderosas estrategias que ha seguido el porno para conseguir esta victoria.

Cuando el programa 21 días, de Cuatro, dedicó un programa a la industria del porno lo llamó 21 días en la industria del porno, y a pesar de que en tal enunciado no había nada que indicase que su presentadora, Samanta Villar, tuviese que protagonizar escenas porno, la periodista y la cadena recibieron una avalancha de insultos y descalificaciones por no haber estado “21 días chupando pollas” como exigían muchos comentarios de televidentes que se sentían “decepcionados, engañados y estafados”. Si algo se le podía criticar al programa era su complicidad con esa industria, su acercamiento en tono de colega y la ausencia absoluta de crítica (más allá de un par de momentos en los que Villar arrugaba la nariz). La propia Villar declaraba: “El equipo y yo queríamos dar una imagen del porno alejada de los tópicos de sordidez, vicio o drogas”. Es decir, que se partía de un prejuicio positivo hacia el género. Algo cada vez más habitual y, a la vez, a contracorriente del ideario habitual de la parrilla televisiva: resulta al menos curioso que cuando en todos los asuntos se intenta buscar el lado oculto, en el porno se intenta mostrar el lado amable[14].

Esta prudencia, este miedo a molestar a la pornografía, a disentir del discurso dominante (la pornografía mola), a señalarse, en fin, es algo muy extendido. Las teorías feministas son ridiculizadas, ninguneadas y descalificadas si están contra el porno y recibidas con entusiasmo si están a favor. Las tribunas de los periódicos ceden con placer su espacio a opiniones tan ridículas y dañinas como las de Enrique Lynch[15] y Vicente Verdú[16], abanderados de esa extensa, cobarde y bochornosa sociedad de hombres llorones que señalan temerosos la pérdida de sus centenarios privilegios.

Por lo demás, en el porno no interesa la conciencia, se descalifica a los redimidos, se burlan de los arrepentidos[17] y hasta análisis brillantes como el de Andrés Barba y Javier Montes en La ceremonia del porno mantienen una prudencia práctica y cobarde: saben que entrar en valoraciones morales no vende, por lo que sus análisis semiológicos y semióticos obvian el hecho que está detrás del discurso: descifran los elementos estéticos y simbólicos de las ejecuciones olvidándose a propósito del destino de las víctimas.

Todo esto conforma un panorama de unanimidad positiva, en el que cualquier crítica es sospechosa, un excelente caldo de cultivo de lo que podríamos denominar reaccionarismo inverso.

NORMALIZACIÓN (‘PORNO CHIC’)

De Haro Tecglen[18] a Vicente Verdú, de Román Gubern a Salman Rushdie, de García Berlanga a Valentino Rossi[19], un nutridísimo elenco de escritores, analistas y famosos ha mostrado su admiración y sus respetos por el porno. La revista Interviú editó hace años una amplísima colección de películas porno acompañadas de unas separatas en las que, junto a algunos datos técnicos, incluían dudosos análisis que abundaban en los aspectos artísticos del asunto y en sus argumentos, y también columnas escritas por todo tipo de famosetes (de actores a cantantes) en los que éstos comentaban sus puntos de vista sobre el género (todos positivos cuando no exultantes), contribuyendo así de manera contundente y machacona a esa normalización del porno, reforzando la impresión de que el porno es divertido, sano (¡sano!), genial, y consagrando su introducción en la vida cotidiana. Algo también reforzado por la inmensa mayoría de los medios de comunicación (unos más que otros: la labor del Grupo Zeta y de Prisa, alentados por los beneficios económicos que la explotación de este material les ha proporcionado, ha sido infatigable), en los que la presencia de anuncios de prostitución tampoco deja de crecer. Así, la parrilla de Digital Plus se ha ido llenando de espacios dedicados al porno y sus taquillas han visto crecer los canales dedicados al porno (de los dos iniciales hasta los nueve actuales) en detrimento del cine de estreno, estrategia común a infinidad de canales locales y generalistas. Las películas de Digital Plus incluyen una sinopsis redactada siempre en términos “simpáticos”, con recursos tan pueriles como la rima fácil. Todo vale para relajar el asunto, para presentarlo como algo inofensivo, cachondo, y parece que la cosa funciona, que la gente se ríe con estas cosas. La Cadena SER celebró los 20 años del porno del Plus en un tono realmente festivo y lleno de risas. No sé por qué causa tanta risa el porno, me temo que serán risas nerviosas, al menos así acaban pareciéndolo. Aunque Digital Plus mantiene decisiones tan sonrojantes como no emitir porno durante la semana santa (sólo en taquilla). También El País Semanal ha analizado el asunto, lo ha llevado a su portada y no ha rozado siquiera la crítica, no ha planteado preguntas elementales, se ha esforzado en ofrecer al gran público una imagen saneada, normal y apetitosa del negocio … Sólo se denuncia la pederastia, aunque se permiten y se celebran las constantes referencias pedófilas en las películas de adultos, donde la referencia a niñas y adolescentes es apabullante, donde se explota la imagen y las actitudes infantiles, donde se aplauden las producciones de jóvenes que acaban de cumplir dieciocho años, donde se juega con la ambigüedad de las edades: el rollo teen, también conocido como barely legal (apenas legal), actrices o modelos pornos muy jóvenes, de apariencia casi infantil.

Incluso quienes se atreven a cuestionarlo, acaban cayendo en sus trampas. En su última novela, Snuff, Chuck Palahniuk pierde una buena oportunidad de sacudir los mitos del porno. El escritor ha optado por la sordidez y la escatología en lugar de llegar al fondo del asunto, y ha perdido fuerzas y tiempo en confeccionar un innecesario muestrario de títulos presuntamente simpáticos en los que se recurre por enésima vez a la parodia de películas de éxito[20]. Una de las protagonistas, la representante de una actriz porno, afirma: “Da igual que una mujer sea una concubina o una damisela a redimir, nunca es nada más que un objeto pasivo para satisfacer las necesidades de un hombre”. Lo que parece una crítica incluye la aceptación de que el hombre necesita hacer lo que hace con las mujeres. Necesita escupirles, azotarlas, humillarlas, insultarlas.

Por supuesto, los protagonistas del negocio también defienden su corralito. El productor de pornografía Larry Flynt afirma que la pornografía es vital para la libertad y que una sociedad libre y civilizada debe ser juzgada en función de su disposición a aceptar la pornografía. El ínclito Max Hardcore explica que comenzó a hacer porno porque en el porno que existía no veía lo que quería ver, y se divierte contando cómo las chicas que llegan a su casa no tiene ni idea de lo que les va a ocurrir. La sorpresa, la mentira, el chantaje, la amenaza, son sus armas. “El secreto está en pulverizar su voluntad, reducirla a pedacitos, y cuando ya sólo son pedacitos, machacarlos aún más”, afirma, entre risas. Podría pensarse que el caso de Max Hardcore representa lo peor de este negocio, de hecho hay compañeros de profesión que reniegan de sus prácticas porque les parecen muy extremas y porque dan una mala imagen del género, pero lo cierto es que sus hazañas beben del porno alemán y del japonés, y han creado escuela entre los nuevos productores estadounidenses y europeos. Sus modos y maneras son cada vez más habituales en las producciones más comerciales, viejas estrellas como Rocco o Vidal van cada vez más allá para no quedarse atrás (los salivazos, el gagging, los azotes, las hostias y los insultos son marca de la casa en ambos casos) y buena parte del porno emergentes se siente inspirado y legitimado por estos maestros.

Cuando Rocco es preguntado por la violencia de sus películas[21] se defiende así: “La violencia es, sencillamente, la forma en que yo vivo mi sexualidad, y son muchas las mujeres que lo comprenden”.

Algunas actrices reconocen haberse sentido maltratadas y asustadas por ellos, pero lo dicen con la boca pequeña para no poner en riesgo su posición, y en general se tiende a no darle demasiada importancia al asunto.

Tampoco los analistas escapan a este efecto normalizador. Gabriela Wiener es una escritora peruana que se ha hecho famosa por “haber venido a España para follar con Nacho Vidal y escribirlo”. El hecho no es exactamente así: si alguien se molesta en leer su Sexografías comprobara que tal afirmación dista mucho de la realidad: después de definir tranquilamente (irresponsablemente) a Vidal como “el violador que toda mujer quisiera encontrar en su camino cuando se ha empalagado de hacer el amor”, Wiener relata un encuentro en el que Vidal le pide que le enseñe su vello púbico y se masturba corriéndose sobre sus zapatos. Tal acto es calificado por Wiener, incomprensiblemente, como su venganza personal en nombre de todas las mujeres que han sido maltratadas por Vidal. El peligro de sus tesis desesperadamente provocadoras quedó en evidencia en una mesa redonda del primer Festival Eñe denominada “Pornófilos” cuando Wiener negó la conveniencia de psicoanalizar su afición por el porno: “Si lo hiciera me vería como una nazi, descubriría que soy una racista, y eso no me gusta”. Por último, un crítico tan poco sospechoso como Jordi Costa afirma: “Pensar que las películas clasificadas X están muy orientadas a satisfacer las necesidades de los hombres degradando un poco a la mujer es uno de los prejuicios que suelen rodear al porno con los que estoy menos de acuerdo. El porno hay que verlo como fantasía: no hay que creérselo a pies juntillas. Es una ficción que, por así decirlo, ocurre en un universo de pasiones excesivas en el que no rigen las mismas reglas morales que en nuestra vida. Por otro lado, hay muchas mujeres dirigiendo porno y lo que hacen no es, en muchas ocasiones, precisamente suave. El porno para mujeres más blando y paternalista suelen hacerlo hombres que creen que, detrás de cada mujer, hay una Heidi que prefiere una caricia a un pasional mordisco”. Y añade: “El porno gusta porque es la sublimación de nuestras fantasías más íntimas en forma de gran espectáculo”. Exacto: el espectáculo de la agresión a la mujer[22].

La inspiración es uno de los grandes efectos de esta normalización del porno. La televisión, el mundo pop, los videoclips, el cine, la publicidad[23]… están cada vez más influidos por la estética y la ética pornográfica.

EFECTOS Y CONSECUENCIAS (‘CUMSHOTS & BUKKAKES’)

Podemos encontrar teorías sobre los efectos de la pornografía totalmente contrapuestas. Sus defensores alaban sus “virtudes pedagógicas” o insisten en la imposibilidad de vincular conductas o hechos violentos a la contemplación de pornografía, y sus detractores recuerdan que una de las motivaciones fundamentales del consumo de pornografía es la de adquirir nuevas ideas y propuestas para después ponerlas en práctica. Algunos estudios demuestran que, como mínimo, la pornografía deja la impresión en los espectadores de que el sexo irresponsable no tiene consecuencias adversas. Otros detallan numerosos cambios en la conducta sexual después de exponerse a la pornografía, incluyendo la trivialización de la violación. Hay quienes definen la pornografía como una descalificación de la sexualidad que internaliza ideas destructivas en asociación con la misma. Es algo muy cercano a nuestra tesis del secuestro del sexo.

Con todo, lo peor del porno es que es impune. Quien quiera ganar una fortuna maltratando a mujeres puede hacerlo sin temor. Nadie le molestará, nadie le criticará, se hará rico y será aplaudido. Los seguidores de este género podrán declararlo orgullosamente. Se declararán misóginos sin problemas y serán felicitados y admirados.

No se trata de salvar el porno (por mi parte ¡que se joda el porno!) pero sí de plantear sus límites. No se trata tampoco de recurrir a la censura, por ineficaz y porque provocaría el clásico discurso falaz de ir contra la libertad de expresión. Se trata de controlar cómo se genera el producto, de luchar contra la exaltación del terrorismo de género. Hay una manera muy sencilla de hacerlo: adecuarse a los derechos humanos. Andrés Barba y Javier Montes recuerdan en su citado ensayo que Potter Stewart, juez del Tribunal Supremo de Estados Unidos, sentó las bases de jurisprudencia en estos asuntos manifestando que “no sabía definir la pornografía pero sí era capaz de reconocerla”. Del mismo modo, aunque alguien no sepa definir estos límites, sí será capaz de reconocerlos. Y si tiene alguna duda, puede resolverla con un ejercicio muy simple: ponerse durante un momento en el lugar de esas mujeres. Verá cómo entonces entiende al instante que el porno es, simplemente la celebración de un crimen.

 

[1] A veces hasta se prescinde de esta coartada. En el subgénero de dominación, por ejemplo, no hay nada de sexo, más allá de que las chicas estén más o menos vestidas; sólo hay un hombre agrediendo a una mujer, pero tales agresiones son admitidas porque se supone que se hacen dentro de un marco sexual (aunque ni siquiera se sigan los parámetros pornográficos de lo sexual y no haya erecciones, ni penetraciones ni eyaculaciones, ni las mujeres finjan orgasmos, sólo griten de dolor).

[2] La dignidad de la mujer y, también, la del hombre. Una de las grandes preguntas que hay que hacerse ante el porno es por qué millones de hombres se excitan, se complacen y envidian el papel de violadores y agresores que les otorga el porno. También cabe preguntarse por la complicidad de la mujer en este negocio, pues sería absurdo caer en el mensaje maniqueo de que el porno divide a hombres y mujeres en criminales y víctimas: las que lo protagonizan voluntariamente, ¿es ésa la imagen que quieren transmitir de la mujer y de las relaciones sexuales?; las que no lo combaten ¿se sienten tal vez bien porque haya “otras que hagan esas cosas”?; y las que intentan cambiarlo desde dentro, ¿no acaban engrosando una industria y participando de sus clichés y sus mensajes?

[3] ¿Por qué nadie escribe en contra de la pornografía? En los últimos veinte años he leído miles de artículos y opiniones a favor y en contra de todos los asuntos imaginables, pero muy pocas voces autorizadas se alzan en contra del porno. Michael Houellebecq sí avisó de la tendencia del porno en un visionario artículo aparecido en Les Inrockuptibles que más tarde recuperó en El mundo como supermercado: “…No habla de la violencia del deseo, sino de una violencia realmente violenta (…) Para reafirmar su potencia viril, el hombre ya no se conforma con la simple penetración (…) Para llegar a sentir placer, ahora necesita golpear, humillar y envilecer a su compañera; sentirla completamente a su merced”.

[4] Andrea Dworkin, Catherine MacKinnon y, cómo no, Robin Morgan, autora del acertado axioma: “La pornografía es la teoría, la violación es la práctica”. Si la contundencia y generalización del argumento pueden hacerlo discutible, una leve corrección del mismo lo convierte en inapelable: “La pornografía es la teoría, la prostitución es la práctica” (Alberto Lema, en Una puta recorre Europa plantea que irse de putas es como pagar una violación).

[5] Existen otras pornografías, pero son anecdóticas, residuales. Hablamos aquí de la tendencia universal, la que triunfa en el mercado.

[6] Larry Flint declaraba en la portada: “Ya no trataremos más a las mujeres como piezas de carne”. La portada suscitó reacciones enfrentadas entre los que la consideraban una agresión brutal y los que la justificaban en el nombre del sentido del humor y de la libertad de expresión

[7] Indiscutible la afirmación de Rosa Regás: “el mayor colectivo esclavizado del mundo es el de las mujeres”.

[8] El director Stephen Walker, durante la grabación de un documental sobre el porno, acude con una actriz a la casa de Max Hardcore y comprueba las agresiones que éste inflinge a la chica hasta que decide intervenir, se enfrenta a las amenazas de Max Hardcore y salen literalmente huyendo. Lo cuenta en su columna del London Evening Standard: “… Felicity (la actriz) salió corriendo y gritando histéricamente. Max Hardcore la había forzado hasta la asfixia. Se negó a seguir el rodaje y él le exigió que pagase a todo el equipo (…) Yo estaba muy asustado. La casa estaba lejos, era muy tarde, los perros ladraban furiosamente y Hardcore estaba muy violento (…) Agarré a Felicity y salimos de la casa. Estuvo llorando todo el camino. Me dijo que estaba aterrorizada, convencida de que Hardcore iba a matarla (…) ¿Quién sabe que hubiese pasado si hubiese estado sola? Este caso es exactamente el mismo de las miles de chicas que ya han grabado con Max Hardcore y de las que grabarán con él”.

[9] Paco  Gisbert: “El de ahora yo lo llamo “sexo filmado”; es como si a un vídeo de una primera comunión o de una boda lo llamáramos una película, las productoras filman ahora a gente follando y ya se creen que es cine porno”. En cualquier caso, este fenómeno no es patrimonio exclusivo del porno, aunque sea en él donde se lleva a sus máximas consecuencias. En un magnífica columna en El País, titulada Mirones del horror, Manuel Rodríguez Rivero lo explica así: “Sólo mediante la cosificación absoluta de las víctimas —a las que no se considera seres humanos— es posible reducir su sufrimiento a puro espectáculo que merece ser compartido (…) Al final, la víctima (y su suplicio) pierde realidad: tiende a ficcionalizarse. Y en ello (cada vez más) estamos”.

[10] Manuel Valencia, experto en porno, declara que prefiere “menos glamour y más putas baratas”.

[11] Los argumentos que utiliza Julián Fernández de Quero en su reveladora serie Desmontando al hombre (sexpol.net), aunque dirigidos a la desvelar la naturaleza de la prostitución, son muy aplicables a la pornografía: “Durante miles de años los varones gozaron del privilegio de forzar y violar a las mujeres con el beneplácito de los Estados y Códigos Civiles (…) En las sociedades modernas, el uso de la fuerza física para obligar a las mujeres a mantener relaciones sexuales se ha convertido en delito (…) por lo que la vía sustitutoria más viable es convertir la fuerza física en la fuerza simbólica del dinero”. En este sentido, la pornografía actuaría como cauce o como sustitutivo por proyección. El motor de la construcción del arquetipo pornográfico estaría fundamentado en la venganza del hombre por la pérdida de tal privilegio. Así como “el varón prostituyente considera razonable que las mujeres son inferiores y diferentes a los hombres y que están ahí para obedecer sus deseos sin rechistar”, el actor pornográfico lleva a efecto tal consideración, y el varón pornográfico disfruta contemplándola.

[12] Así suelen referirse a Rocco Siffredi o a Roberto Malone, y así presentaba Miguel Bosé a su amigo Nacho Vidal…

[13] Cada vez que he comentado que estaba escribiendo un artículo sobre el porno, la gente me felicitaba, pero cuando les explicaba que escribía contra el porno se extrañaban y se ponían a la defensiva: “¿Cómo que contra el porno? Si el porno es lo mejor del mundo”. Cuando muestro algunos ejemplos del porno que hoy se consume, suelo obtener como respuesta que ése no es el porno que conocen mis interlocutores. Finalmente, cuando demuestro que ése es el porno que sale en Digital Plus y en todas las televisiones, el que primero te asalta si buscas páginas en internet, el que se anuncia en las revistas más vendidas, entonces (sólo entonces) muchos reconocen que, en realidad, ellos no ven pornografía. No la ven, pero la defienden.

[14] Este tono y esta intención es la que gobierna programas como Mundo X, de Sandra Uve, donde el porno se presenta como un mundo feliz lleno de gente estupenda en el que todos se quieren y todo es muy guay, y hay muchas risas.

[15] Enrique Lynch: “El revanchismo “de género” (o sea, el resentimiento femenino) es un mal que se extiende imparable por todas partes  (…) donde ese carácter resentido es más claro y elocuente es en las letras y en los videoclips de las canciones populares  (…) las mujeres actuales, que tan a menudo se identifican con una masculinidad imaginaria, no emulan la melancolía de los hombres sino que se calzan unas botas de caña alta, se atizan un atuendo de perdularia al estilo Madonna o un traje de leopardo y se retratan basureando sin piedad a potenciales amantes o pretendientes. Ni lloran ni piden perdón”.

[16] Vicente Verdú: “…nunca se llegó tan lejos, en aras de “la igualdad”, a rebajar el ser de los hombres. Hombres borrados del lenguaje a través de lo políticamente correcto, difamados en el sistema familiar, desacreditados en sus formas de amar, lacerados en las sentencias de divorcio, envilecidos en la violencia de género, descartados, en fin, como portadores de algún don significante que convenga al futuro. Pocas campañas contra un grupo social fueron tan duras y generalizadas”.

[17] En un ridículo seudodebate de La noria ignoraban sistemáticamente las declaraciones de un actor porno que reconocía que su trabajo le había traído problemas en sus relaciones en la vida real.

[18] “Soy partidario de ese bendito género (la pornografía)”. Y también: “La pornografía dura, la de algunas madrugadas de Canal +, es mucho más decente (que el erotismo) (…). Se ve lo que hay que ver y como hay que verlo”.

[19] Valentino Rossi, fan de Rocco Siffredi, llevaba en su mono lleva la inscripción “Viva Rocco siempre duro”.

[20] Sueño anal de una noche de verano, La zorra sobre el tejado de cinc, El nabo de Oz… Este recurso barato, este chiste fácil, es muy apreciado por muchos aficionados y hasta existen blogs y webs dedicados a recopilarlos.

[21] Entrevista en El Mundo.

[22] Hay quien va más allá: Camille Paglia suele argumentar que se ha exagerado la sensibilización sobre las violaciones.

[23] Ahora Emma Thompson y antes Keira Knightley, protagonizan campañas contra la prostitución y el maltrato actuando como prostituta y maltratada. En el caso de Knightley, su spot de maltrato fue buscado y contemplado con asiduidad por numerosos internautas excitados por la idea de ver a la bella siendo maltratada…

Publicado en : https://elestadomental.com/diario/el-porno-feroz

 

Lo llaman fantasía… Andrea Dworkin


MÁS QUE HARTAS de oír la FALACIA «el porno es fantasía». No, no es fantasía, y eso sin meternos a criticar el efecto nocivo que tiene sobre nosotras la representación y la violencia que se ejerce contra la mujer en la pornografía.

 

 

Neoliberalismo sexual. El mito de la libre elección


«La desigualdad ya no se reproduce por la coacción explícita de las leyes, ni por la aceptación de ideas sobre «la inferioridad de la mujer», sino a través de la «libre elección» de aquello a lo que nos han encaminado…»

Ana de Miguel.

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El último libro de la profesora Ana de Miguel, Neoliberalismo sexual, nos interpela directamente a nosotros -“Agradeceríamos a nuestros hermanos, los hombres, que se sentaran a pensar quiénes son, qué hace la sociedad patriarcal con ellos y qué quieren llegar a ser, que plantaran cara a lo que el sistema espera de ellos”- , tras haberse preguntado “dónde está el hombre nuevo”. Esa es una de las conclusiones a las que llega la filósofa feminista tras haber reflexionado sobre la perversión de un momento histórico en el que vivimos “sociedades formalmente igualitarias” pero en las que asistimos a una permanente reproducción de las relaciones de poder propias del patriarcado.

Un orden cultural y simbólico que se ha convertido, siguiendo la brillante categorización de Alicia Puleo, en un “patriarcado por consentimiento”, es decir, en un orden que propicia la aceptación de la desigualdad mediante la socialización diferencial encubierta, las arraigadas prácticas discriminatorias en el mercado laboral y la difusión de mitos patriarcales a través de los medios de comunicación. Esta suma de factores ha visto potenciadas sus negativas consecuencias en un momento en el que, con el pretexto de la crisis económica y la «necesidad» de políticas de austeridad, se está abriendo la puerta a una cada vez más descarada discriminación, directa e indirecta, de la mitad de la Humanidad.

El subtítulo del libro, El mito de la libre elección, nos sitúa ante la clave a la que pretende dar respuesta la autora, que no es otra que la conversión de una aparente libertad “en igualdad de condiciones” en la justificación perversa de la prórroga de un sistema sexo/género que continúa situando a las mujeres en inferioridad de condiciones.

Por más que muchas de ellas se crean libres hasta para equivocarse y por más que algunos nos hagan creer interesadamente que hemos alcanzado la plena igualdad. La libertad que no atiende a los condicionantes estructurales, y que por tanto permanece ciega a la subordiscriminación que sufren las mujeres, se ha convertido en el lazo perfecto que suma las prepotencias del mercado con los poderes masculinos. Un contexto en el que asistimos a la vuelta del rosa y del azul, es decir, a una socialización diferenciada en razón del sexo y en el que el mercado continúa convirtiendo, ahora con más radicalidad que nunca, el cuerpo de las mujeres en cuerpos disponibles para ser usados, disfrutados o maltratados por la mitad masculina.Ana de Miguel analiza tres ámbitos en los que en la actualidad no solo se prorrogan, sino que incluso se potencian, los esquemas patriarcales: el amor, el sexo y la prostitución. Este triángulo de la virilidad hegemónica continúa frenando la autonomía de las mujeres, cosificándolas y haciéndolas parte de relaciones en las que falta reciprocidad. Todo ello mientras aumentan los discursos que justifican ciertas prácticas en nombre de una pretendida liberación sexual -que responde a los intereses del varón como sujeto dominante– y que incluso justifican la prostitución identificándola como una mera prestación de servicios. De esta manera, y como dice Celia Amorós, el cuerpo de las mujeres continúa siendo el libro abierto donde se inscriben las reglas del patriarcado.

 

«La ideología neoliberal tiene el objetivo de convertir la vida en mercancía, incluso a los seres humanos. En ese sentido, la conversión de los cuerpos de las mujeres en mercancía es el medio más eficaz para difundir y refor­zar la ideología neoliberal. La pode­rosa industria del sexo patriarcal avanza apoyándose en dos ideas complementarias. Por un lado, en la teoría de la libre elección: ahora que las mujeres «ya son libres», «ya tienen igualdad», ya pueden «elegir» vivir de su cuerpo, o de trozos de su cuerpo. Por otro lado, y para contrarrestar cualquier crítica, esta tesis se envuelve en cierta retórica transgresora y posmoderna: toda relación es aceptable si hay «sexo consentido» por medio.

Este libro defiende que ni hay libertad ni hay igualdad. Hay nuevas formas de reproducción de la desigualdad, una vuelta acrítica a los valores más rancios del rosa y el azul. No vamos a resignarnos ante la conversión del ser humano en mercancía.»

Autora: Ana de Miguel
Ediciones Cátedra
Colección: Feminismos
Páginas: 352
Publicación: 08 de Octubre de 2015
ISBN: 978-84-376-3456-2

Versión papel y ebook

ÍNDICE

. Introducción. Del control de las leyes al mercado de los cuerpos

PRIMERA PARTE
DÓNDE ESTAMOS: DESIGUALDAD Y CONSENTIMIENTO

- Capítulo primero, feminismo y juventud en las sociedades formalmente igualitarias

. El mundo en el que han nacido las jóvenes
. El estigma de la palabra «feminismo». Entre el desconocimiento y la descalificación
. Una teoría, un movimiento social y una forma de vivir la vida.
. Las armas del sistema patriarcal: entre la invisibilidad y la coacción
. El amor romántico, la violencia y la prostitución como factores de socialización diferencial
. El amor en las revistas para adolescentes/¿as?
. La violencia contra las mujeres
. El tráfico de chicas jóvenes: la prostitución y sus «clientes»
. Jóvenes y feministas: una minoría activa (como siempre)
. Conclusión

- Capítulo 2. Reacción: la vuelta al rosa y al azul

. La marca física, los pendientes
. La marca simbólica, el apellido del padre
. Las cosas de casa
. La adolescencia o cómo volver locas a las chicas: ahora Barbie es un insulto
. El determinismo biológico clásico: la ideología de la naturaleza diferente y complementaria de los sexos
. El nuevo determinismo biológico: hormonas, genes y callo rugoso
. Soy feminista pero no quiero dejar de ser femenina. De lo femenino y lo masculino
. Ni mujeres ni hombres, personas: más empatía para los chicos, más realismo para las chicas
. Frente al timo de la igualdad, lo que la igualdad ha hecho por ti

- Capítulo 3. Del amor como proyecto de vida al amor como un valor en la vida

. Amor e igualdad: una relación contradictoria
. El amor: un clásico del feminismo
. La diferencia atrae, pero lo que retiene es la semejanza
. La mujer nueva y el amor en la sociedad comunista
. Los radicales años sesenta: lo personal es político
. Críticas al amor romántico y propuestas poliamorosas
. Elementos para una visión crítica (no negativa) del amor

- Capítulo 4. ¿Revolución sexual o revolución sexual patriarcal?

. Combatir el sistema y la celulitis
. La denuncia de la doble moral sexual: primeras críticas a la sexualidad patriarcal.
. ¿Revolución sexual o revolución sexual patriarcal?
. La sexualidad no tiene género: Gayle Rubin
. El enfoque queer o hay una sexualidad antisistema
. La pornografía como el modelo de sexualidad

- Capítulo 5. La prostitución de mujeres, una escuela de desigualdad humana

. Prostitución y autoconciencia de la especie
. Las prostituidas son mujeres, los puteros son hombres: la perspectiva de género
. La tolerancia con la prostitución, la ideología de la prostitución
. Desplazando el debate: del enfoque del consentimiento de las prostituidas a la agencia del cliente prostituidor
. Algunas consecuencias de la normalización y legalización de la prostitución desde la perspectiva de clase
. La prostitución como escuela de desigualdad entre chicas y chicos
. Visibilizar y teorizar al «cliente»: poner un espejo ante los hombres que van de putas

SEGUNDA PARTE
DE DÓNDE VENIMOS Y CÓMO LO HEMOS HECHO

- Capítulo 6. Los nuevos movimientos sociales

. Del Sujeto Histórico a los nuevos movimientos sociales
. Concepto y características
. Radicalismo y reformismo
. Aportaciones de los distintos enfoques teóricos
Primeros enfoques
El modelo pionero de Smelser
Teorías de la privación relativa
Enfoques de la elección racional
Panorama actual
Enfoques de la movilización de recursos y de la oportunidad política
Enfoques constructivistas e interaccionistas: entre lo político y el giro cultural
La ciudadanía activa, los medios de comunicación y las nuevas tecnologías

- Capítulo 7. El feminismo como movimiento social: políticas de redefinición y políticas reivindicativas

. Praxis cognitiva y redes de acción colectiva
. La democracia sin mujeres: el contrato sexual
. Las políticas de inclusión en la esfera pública: el movimiento feminista en el XIX
. Lo personal es político: hacia una redefinición de la política
. La redefinición de la realidad y las políticas reivindicativas
. Las redes del movimiento: la subversión cultural de la realidad

- Capítulo 8. La violencia de género: la construcción de un marco feminista de interpretación

. El movimiento feminista. Políticas reivindicativas y políticas de redefinición
. El marco de interpretación patriarcal sobre la violencia
. Los inicios de un nuevo marco: la violencia contra las mujeres en los clásicos del feminismo
. La elaboración de un marco estructural: los radicales años sesenta
. Del marco teórico a las reivindicaciones políticas: el debate en torno al derecho penal
. La consolidación académica del marco feminista: los estudios de género
. La difusión del marco de la violencia de género en el caso español

- Capítulo 9. La deconstrucción de los mitos patriarcales: del miedo de los hombres a las mujeres

. El miedo como factor de socialización
. Alta filosofía y cultura popular: la extraña pareja
. Del supuesto miedo de los hombres a las mujeres autónomas

TERCERA PARTE
HACIA DÓNDE QUEREMOS IR: MUJERES Y HOMBRES JUNTOS

- Capítulo 10. El sujeto del feminismo: lo que nos une, lo que nos separa, lo que nos hace avanzar

. Lo que nos une, lo que nos separa, lo que nos ha hecho avanzar
. El difícil camino hacia la construcción del «nosotras las mujeres»
. El cuestionamiento de las mujeres como sujeto del feminismo
. Signos de vuelta al «nosotras, las mujeres»
. Conclusiones

- Capítulo 11. Sin feminismo no hay revolución: un mundo con rumbo (una escuela de igualdad)

. La experiencia de las traiciones en las revoluciones
Las democracias masculinas
La causa siempre aplazada
La segunda ola, el Movimiento Antisistema y la autonomía del feminismo
. Todo para el pueblo pero sin las mujeres (al menos sin las pesadas feministas)
. Los privilegios masculinos y los neomachismos: ¿ceguera o resistencia numantina?
. La reacción contra «la ideología de género» y las «feminazis»
. Rebelarse contra la alienación masculina: ¿dónde está el hombre nuevo?


La página de Neoliberalismo Sexual en Facebook

 

Fuentes:

http://www.mujeresenred.net/spip.php?article2208

Artículo del país: Contra el neoliberalismo sexual

 

 

 

 

Esclavas Sexuales del ISIS Vs Esclavas Sexuales de Occidente


Foto de Pilar Aguilar Carrasco.
Foto de Pilar Aguilar Carrasco.

 

Dicen los edictos de ISIS que a los combatientes separados de sus esposas “la gracia divina y maravillosa generosidad les trae las cautivas y esclavas».
Aun partiendo del mismo supuesto (los varones necesitan follarse de vez en cuando a una mujer) nuestra alternativa occidental es mucho mejor, sin duda. Los hombres tienen que pagar, sí, pero, a cambio, pueden ignorar que las folladas son cautivas y esclavas (palabras que dan mal rollo ¿verdad?). En el fondo, y si se paran a pensar medio minuto, saberlo, lo saben, pero no se paran, claro. Pueden ignorarlo y simplemente llamarlas putas y decidir que están ahí por libre elección.


Nuestro sistema tiene, además, otras ventajas innegables: frente a número limitado de esclavas y cautivas de ISIS (que, para colmo, cuando les quitan el velo pueden parecerles feas o viejas), los puteros gozan de una oferta inigualable que se renueva constantemente (ya se encargan los dueños de los burdeles de intercambiar mercancía periódicamente con los otros burdeles), que incluye africanas, asiáticas, caucásicas, etc. y todas jóvenes.


¡Qué primitivo el sistema de ISIS! ¿verdad?

 

Por Pilar Aguilar Carrasco

El ataque de la industria del sexo contra las feministas


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Los pornógrafos llevan mucho tiempo defendiendo como «libre expresión» los productos y prácticas de su extremadamente lucrativa industria, incluso cuando estos sexualizan el poder y la violencia de los hombres contra las mujeres. De modo parecido, quienes defienden la prostitución, a la que estratégicamente llaman «trabajo sexual», plantean el movimiento a favor su legalización y normalización como liberador.
Pero estos grupos solo apoyan la libre expresión y las libertades en la medida en que sirven a sus intereses. Aquellos que se manifiestan contra la industria del sexo están excluidos de su versión de «libertad».Tuvimos pruebas de ello en marzo, cuando varios lobbies de la prostitución amenazaron con boicotear una conferencia en Vancouver, Columbia Británica, que iba a contar con la presencia de Chris Hedges, destacado periodista y columnista de Truthdig, como ponente principal. Estos grupos de presión intentaron impedir su participación por haber escrito un artículo en el que definía la prostitución como «la quintaesencia del capitalismo global», y lo habrían conseguido si no hubiera sido por la respuesta apasionada de grupos locales de mujeres.Las campañas de desprestigio contra las feministas y sus aliados que se atreven a decir la verdad sobre el poder y la violencia de los hombres no son algo nuevo. En los años noventa los pornógrafos lanzaron una campaña contra la profesora Catharine MacKinnon y la feminista Andrea Dworkin comparándolas con los nazis y acusándolas de suprimir la libre expresión cuando, en realidad, la ordenanza anti-pornografía que ellas habían redactado en Minneapolis en 1983 – definiendo la pornografía como una violación de los derechos civiles de las mujeres– no fue un intento de censurar la libre expresión sino de abordar el daño causado a las mujeres por la industria de la pornografía.Para atraer a los progresistas bienintencionados, se inventó un movimiento por los «derechos de las trabajadoras sexuales» en oposición a aquellas feministas que creían que la prostitución era la extensión y la perpetuación del poder y la violencia del hombre. El lobby de la prostitución adoptó el lenguaje del movimiento obrero para defender los derechos de los hombres a abrir burdeles y a comprar servicios sexuales de las mujeres, y también el lenguaje del movimiento feminista para plantear la prostitución como una elección de la mujer.Estos grupos de presión tienen a los medios de comunicación de su parte, así como a los proxenetas y los puteros. De acuerdo a sus intereses capitalistas, los medios oficiales presentan la pornografía y la prostitución como iniciativas empresariales y, en consonancia con sus bases patriarcales, aceptan como norma la idea de los cuerpos de las mujeres como objetos consumibles.

En los últimos años la industria del sexo ha colaborado con los medios para descontextualizar completamente el sistema de la prostitución. Este enfoque neoliberal es parte de un esfuerzo constante para desarmar a los movimientos que desafían los sistemas de poder: si somos simplemente individuos que miran por su propio empoderamiento (empowerment) personal y, por lo tanto, los únicos responsables de nuestros propios «éxitos» y «fracasos», entonces no hay necesidad de organizarse colectivamente. Y esto es precisamente lo que quería decir Margaret Thatcher al afirmar que no existe la sociedad, solo individuos que ante todo deben ocuparse de sí mismos.

Al plantear un sistema que canaliza a las mujeres –particularmente a las mujeres marginadas– hacia la prostitución no solo como una elección de las propias mujeres sino como potencialmente liberador, estos grupos consiguen ocultar el modo en que la pornografía sostiene el poder de los hombres, descargando la responsabilidad de la subordinación de las mujeres en las propias mujeres. Al señalar la presión social para la auto-objetivación como empoderamiento, se permite a la sociedad ignorar las razones por las que las mujeres buscan empoderarse a través de la sexualización y la mirada masculina. Al centrarnos en la capacidad de acción consciente (agency) de las mujeres, pasamos por alto el comportamiento de los hombres.

Lo que verdaderamente están defendiendo los grupos que piden hacer presión a favor de los «derechos de las trabajadoras sexuales» no son, desde luego, los derechos humanos de las mujeres sino los intereses económicos y sexuales de los hombres. Y por eso en el discurso se evita deliberadamente abordar el daño que causan estos hombres.

La campaña para presentar la presión a favor de la prostitución como un esfuerzo de base para ayudar a las mujeres marginadas ha sido todo un éxito. Al ignorar la dinámica de poder inherente a la compra por parte de un hombre de los servicios sexuales de una mujer, y llevar el debate hacia la elección de las mujeres, quienes podrían considerarse a sí mismas feministas se ven en una encrucijada: «¿Debo defender el derecho de las mujeres a elegir?» La respuesta obvia es sí. Pero esa pregunta es engañosa. La verdadera pregunta es: «¿Apoyo el derecho de las mujeres pobres y marginadas a tener una vida mejor que la que les ofrecen los hombres explotadores?»

Si bien el lenguaje manipulador diseñado para atraer a las masas liberales es una parte fundamental de la iniciativa para despenalizar a los proxenetas y a los puteros, otro componente clave es la fácil derrota de las feministas que desafían ese discurso.

Los defensores de esa industria no se detendrán ante nada para silenciar las voces de quienes se pronuncien en contra de sus intereses. Tachadas de mojigatas, conservadoras religiosas, opresoras y fanáticas, la guerra contra estas feministas culminó recientemente en el intento generalizado de impedir que quienes disienten de su proyecto tengan acceso a plataformas desde las que expresar sus puntos de vista.

Cuando hace un año la periodista sueca Kajsa Ekis Ekman iba a presentar en Londres su libro «Being and Being Bought: Prostitution, Surrogacy and the Split Self» [«El ser y la mercancía: prostitución, vientres de alquiler y disociación»], la librería que organizaba el acto fue amenazada con boicots.

El clima actual en el feminismo anglosajón es el que apoya la caza de brujas, me dijo Ekman. Esa caza de brujas comienza con «campañas difamatorias, parece que viene ‘de abajo’, y sobre las feministas famosas dice que están obnubiladas por el poder tildándolas de elitistas, ‘cis-sexistas’, racistas y ‘putafóbicas'», explicó. «Luego lleva adelante auténticas campañas de silenciamiento, amenazas de boicot, demandas, y aislamiento de cualquiera que se ponga del lado de las feministas y, por asociación, del lado de la culpa».

En el año 2003, Melissa Farley, una psicóloga clínica y fundadora de la organización sin ánimo de lucro Prostitution Research and Education, dirigió una investigación en Nueva Zelanda sobre la violencia y los trastornos de estrés postraumático en personas prostituidas, y después tuvo que declarar ante el Parlamento de aquel país por las entrevistas que había realizado. Un defensor de la prostitución neozelandés que estaba en desacuerdo con su investigación presentó una queja contra ella ante la Asociación Americana de Psicología (APA, por sus siglas en inglés). La queja fue ignorada por la APA y no fue tenida en cuenta por sus colegas, pero ellobby de la prostitución la presenta como legítima y la utiliza como excusa para presionar a otros para que descarten su exhaustiva e iluminadora investigación.

Julie Bindel, periodista feminista que lleva años informando sobre el comercio sexual mundial, ha revelado que el Sindicato Internacional de Trabajadoras del Sexo en Gran Bretaña era poco más que un portavoz de los proxenetas y los dueños de burdeles. También ha estado informando sobre los importantes fallos de la legalización de la prostitución en Amsterdam. En marzo, después de las quejas emitidas por los grupos de presión a favor de la prostitución, su nombre fue retirado de un panel de discusión de una película estadounidense sobre prostitución.

Las supervivientes de la prostitución también se ven enfrentadas a una campaña de silenciamiento. Bridget Perrier, educadora indígena y co-fundadora de la organización Sextrade101 de supervivientes del comercio sexual y abolicionistas con sede en Toronto, explicó que los esfuerzos del lobby a favor de la prostitución se centran en invalidar las experiencias de las mujeres que han abandonado el negocio, a menudo poniendo en duda sus historias.

Rachel Moran sobrevivió siete años a la explotación sexual en Irlanda y ha publicado un libro sobre sus experiencias, en el que aborda muchos de los mitos y las mentiras que ha perpetuado el lobby del trabajo sexual. Por su delito –contar la verdad– ha sido objeto de acoso continuo y acusada en más de una ocasión de inventarse su historia.

«He sido difamada, calumniada, amenazada, atacada físicamente y gritada», me dijo Moran. «Mi dirección postal, los detalles de mi cuenta bancaria y mi dirección de correo electrónico personal han estando circulando entre las personas aparentemente más desequilibradas, las cuales me han tuiteado partes de mi dirección postal con ese estilo claramente amenazante del tipo ‘sabemos donde encontrarte'».

Y añadió: «Sistemáticamente se alega que yo nunca estuve en la prostitución, aunque los registros que prueban que lo estuve están en manos de los servicios sociales irlandeses y del Juzgado de Distrito de Dublín de Menores».

Negar verdades que podrían perjudicar el intento de presentar una versión expurgada de la industria del sexo, que vende la prostitución como «simplemente un trabajo como cualquier otro», es un elemento clave de la campaña a favor de su legalización.

Moran me contó que le había impactado muchísimo la falta de compasión que mostraron hacia ella los defensores del negocio del sexo que aseguran tener un interés particular en la seguridad de las mujeres. «Sencillamente les importa un bledo estar llevando a cabo una campaña deliberada y organizada de intimidación contra una mujer que fue sistemáticamente abusada sexualmente por hombres adultos desde los quince años», manifestó. «Mis verdades no les gustan, por eso hay que silenciarlas».

Desesperados, sin ser capaces y sin estar dispuestos a responder a los argumentos feministas y socialistas básicos contra el negocio del sexo –a saber, que se ha levantado sobre la base del poder del hombre y del capitalismo, perpetuando ideas misóginas sobre las «necesidades» del hombre y los cuerpos de las mujeres como los objetos para satisfacer esos deseos socializados– sus lobbies recurren a las mentiras y a la calumnia.

Estos grupos intentan hacer pasar las campañas difamatorias por «crítica», pero son cualquier cosa meno eso, señaló Ekman, la periodista sueca. «Lo que está ocurriendo no tiene nada que ver con la crítica. Recuerda más bien a una revolución cultural maoísta a gran escala».

«Si eres una destacada feminista, no te escaparás», continuó. «Si todavía no te han atacado lo harán, o no eres lo suficientemente peligrosa».

Llevo años escribiendo sobre la industria del sexo y la legislación de la prostitución en Canadá. Los ataques contra mi persona y mi trabajo han sido implacables. En las últimas semanas varios grupos de presión canadienses a favor de este negocio organizaron una importante campaña difamatoria en línea, tachando los argumentos contra la objetivación, explotación y abuso de las mujeres de «fanatismo», distorsionando intencionalmente mi trabajo y mis opiniones hasta volverlos irreconocibles.

Las acusaciones absurdas e infundadas lanzadas contra mí –»transfóbica», «putafóbica», racista y demás–reproducen las utilizadas contra todas las mujeres que desafían el statu quo en este sentido. La intención no es hacer justicia, sino calumniar a las feministas para que sus argumentos puedan ignorarse y descartarse, y también acosar a otros hasta que hagan lo mismo. La única cosa que nunca mencionan es la verdad.

La mujeres que se prostituyen tienen 18 veces más probabilidades de ser asesinadas que la población en general, y los hombres responsables tienen muchas menos probabilidades de ser condenados cuando se trata de una prostituta. En Canadá las mujeres indígenas están sobrerrepresentadas en la prostitución y, en general, sufrenmayores niveles de violencia que las mujeres no-indígenas. La legalización ha demostrado no ser una solución para la explotación, la violencia y el abuso.

Estos individuos y grupos cooptan las luchas de las personas marginadas para defender una industria multimillonaria que cada año se cobra la vida y la humanidad de miles de mujeres y niñas en todo el mundo. Para impedir que quienes manifiestan su desacuerdo amenacen sus intereses con palabras y argumentos, recurren a tácticas poco limpias para silenciar a escritoras y periodistas feministas independientes. Identifican nuestras palabras como «violencia» pero no hacen nada para luchar contra los responsables de la violencia real. Estos grupos nunca han participado en ninguna campaña pública contra un maltratador, nunca han presentado una demanda solicitando el despido de un putero violento, nunca han llamado «fanáticos» a quienes fuerzan a las niñas a prostituirse en burdeles o en las calles. Sus objetivos no son el capitalismo corporativo o los traficantes de sexo, tampoco los reyes del porno o los dueños de los burdeles maltratadores. No. Sus objetivos son las feministas.

En su ensayo «Liberalism and the Death of Feminism» [«Liberalismo y la muerte del feminismo»], MacKinnon escribió que «una vez hubo un movimiento feminista»: un movimiento que entendió que criticar prácticas tales como la violación, el incesto, la prostitución y el abuso no era lo mismo que criticar a las víctimas de esas prácticas. «Era un movimiento que sabía [que] cuando las condiciones materiales descartan el 99% de tus opciones, no tiene sentido llamar al 1% restante –lo que haces– tu elección». Escribió estas palabras hace 25 años y aún seguimos librando las mismas batallas. Pronunciarse hoy contra los sistemas patriarcales significa que tu medio de vida se verá amenazado, así como tu credibilidad y tu libertad para hablar.

No puedes pretender ser progresista y manifestarte en contra de la democracia. No puedes pretender ser feminista y apoyar el silenciamiento de las mujeres. Este nuevo macartismo no nos liberará. Nos deja en manos de quienes quieren nuestra desaparición.

NEW WOMEN LIBERATION.   LA NUEVA LIBERACIÓN FEMENINA.

Meghan Murphy es una escritora y periodista de Vancouver, Columbia Británica. Su página web es Feminist Current.
Truthdig.com
Traducido del inglés para Rebelión por Sara Plaza.

Fuente: http://www.truthdig.com/report/page3/the_sex_industrys_attack_on_feminists_20150529

Reino Unido pierde la libido, según revela encuesta sobre sexo


En el Reino Unido está ocurriendo ya lo que lleva años sucediendo en Japón que los expertos relacionan con una sociedad hipersexualizada y estereotipada y con el bombardeo continuo que sufrimos desde la infancia tanto a través del porno como del resto de medios de ideales imposibles físicos, ya sean animados o esculpidos a base se bisturí, así como ideales performativos en el sexo; resistencia sexual, erección continua, expectativas de que la vida real sea como la mentira fingida de la pornografía, de que sus parejas mujeres en la vida real se dejen humillar, someter sexualmente a todos sus antojos como ocurre en el porno…

Muchos expertos llevan años advirtiendo de que la pornografía está causando impotencia en muchos hombres, y como decimos no solo el porno sino ideal único e imposible de belleza (especialmente el de mujer) que fomentan absolutamente todos los medios desde el telediario al cine, que hace que los críos aprendan a excitarse solo con un modelo imposible de mujer esculpido a base de Photoshop y cirugía estética y que las crías odien sus cuerpos y se sientan inseguras, y por tanto disfruten menos del sexo. Ya hay numerosos estudios que demuestran que muchos hombres prefieren masturbarse con porno y recurrir a mujeres prostituidas que encajen en estos ideales físicos y de sometimiento sexual a la vida real, las relaciones igualitarias, que requieran un mínimo esfuerzo y un feedback sexual. En resumen, que las mujeres reales (no operadas o que no encajan en el cánon único de belleza 90-60-90), que demanden respeto y satisfacción sexual mutua ya no logran excitarles.

Encuesta sobre conductas sexuales en el Reino Unido muestra una bajada de la libido y del número de relaciones sexuales, así como un incremento de la insatisfacción sexual:

British sex survey 2014:

http://www.theguardian.com/lifeandstyle/2014/sep/28/british-sex-survey-2014-nation-lost-sexual-swagger

Not tonight, darling: why is Britain having less sex?

http://www.theguardian.com/lifeandstyle/2014/sep/28/-sp-not-tonight-darling-why-britain-having-less-sex

Gracias a la cultura del porno, su violación se hizo viral


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La cultura de la violación en que vivimos, donde nos bombardean con sexismo y violencia sexual hasta en los anuncios sin respetar el horario infantil, donde los críos ven porno violento desde los 11 y antes, hace posible que una adolescente fuera drogada y violada inconsciente por sus propios compañeros de clase, que luego compartieron las fotos de la violación en las redes sociales, y que éstas fotos se volvieran virales. Esta normalización continua de la violencia sexual contra las mujeres es la culpable de que la gente, en lugar de condenar el hecho, se mofara y compartiera la foto con tags como #LaposedeJada

Muchos usuarios subieron fotos a modo de burla imitando las posturas en las que habían fotografiado a la chica violada, desnuda e inconsciente

Muchos usuarios subieron fotos a modo de burla imitando las posturas en las que habían fotografiado a la chica violada, desnuda e inconsciente

Este es el resultado, por un lado, de convertir a las mujeres en meros objetos sexuales, despojándonos de cualquier grado de humanidad, cualquier psicólogo/a sabe que objetivizar y deshumanizar a la persona es el primer paso para ejercer violencia sobre ésta. Y precisamente esto es lo que hacen los medios y la cultura actual, que según los psicólogos, mal que nos pese, son los educadores del S.XXI. Nos convierten en simples agujeros penetrables, en cachos de carne. Y por otro lado, no siendo suficiente la cosificación, tenemos que sumarle el efecto normalizador y anestesiante del bombardeo continuo de violencia física, psicológica, y especialmente, de la peligrosa erotización de la violencia sexual contra nosotras, no sólo en el porno, sino en todos lados; el cine, la música, las series, los vídeo juegos, los anuncios, la prensa, el deporte, la cultura en general, convirtiendo las violaciones en eróticas, y enseñando al personal a tener erecciones y orgasmos a través de ver o ejercer violencia sexual contra las mujeres. Mientras todo eso no cambie, mientras no haya un cambio de conciencia, mientras la gente no denuncie y se levante contra los medios y contenidos que ofrecen este tratamiento denigrante y cosificador de las mujeres en los medios, esto no se va a acabar.

LA VIOLACION NO ES NINGUN CHISTE

EL PEQUEÑO Y SUCIO SECRETO DEL PORNO


Traducción del artículo: Porn’s dirty little secret

Para los espectadores, la pornografía puede parecer un mundo de placer y emociones, para quienes participan en su elaboración a menudo es una experiencia plagada de drogas, enfermedades, esclavitud, tráfico, violación y abuso.

El 80% de las supervivientes de la prostitución reportaron que los clientes les ponían porno para mostrarles lo que querían, la mayoría, escenas de hardcore que implican violencia física, verbal y psicológica contra las mujeres.

El 80% de las supervivientes de la prostitución reportaron que los clientes les ponían porno para mostrarles lo que querían, la mayoría, escenas de hardcore que implican violencia física, verbal y psicológica contra las mujeres.

“Me dieron una jod%*&$#paliza … La mayoría de las chicas comienzan a llorar porque les duele demasiado…No podía respirar. Estaba siendo golpeada y estrangulada. Estaba muy alterada y ellos no paraban. Ellos seguían grabando. [Les pedí que apagaran la cámara] y ellos continuaron.”- Regan Starr.

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En la foto, Luben, otra ex actriz porno, que como Regan Starr y otras muchas ha denunciado haber sufrido abusos. Luben cedió este vídeo sin cortes como denuncia donde aparece llorando y gritándole a su manager  por dejar que le hicieran cosas no pactadas contra su voluntad. Esos gritos/súplicas por supuesto no salen en la película.

La industria de la pornografía trabaja duro para mantener su imagen glamorosa, pero detrás de cámara hay una realidad de violencia, drogas y tráfico de personas. Con un poco de edición y cortes de video, los pornógrafos pueden hacer que en la pantalla,  parezca algo que se está disfrutando. Pero la versión sin cortes es una historia muy diferente. Las actrices porno son constantemente amenazadas y emocional y verbalmente abusadas por agentes y directores que las obligan a hacer cosas que  no quieren. “Eres vista como un objeto y no como un ser humano con espíritu”, escribió Jersey Jaxin, una actriz porno que dejó la industria en el 2007. “Consumen drogas porque no pueden lidiar con la forma en la que son tratadas. El 75% (de actores y actrices porno) y en aumento, consumen drogas. Tienen que engañarse a sí mismxs. Existen médicos específicos en la industria a los que si vas por un resfriado común, te dan Vicodin, Viagra, lo que tú quieras,  lo único que les importa es el dinero. Tú eres un número. Estás marcada. Tienes los ojos negros. Eres violada. Estás atada. Tienes tus adentros saliéndose.” Los pornógrafos no solamente desaparecen las dolorosas experiencias de los actores y actrices, en muchos casos también se encargan de desaparecer que algunos “actores y actrices” no tienen alternativa alguna. Parte de la mentira de los productores de porno, es que buscan que sus clientes crean que el porno que compran es entretenimiento legítimo, hecho por personas glamorosas que lo hacen porque así lo quieren. Está “bien” para el espectador disfrutarlo, porque las personas que está viendo parecen también disfrutarlo. Lo que el espectador no sabe es que las personas aparentan pasarlo bien porque detrás de escenas, muchas tienen un arma apuntándoles en la cabeza. Y si terminan de sonreír, se disparará. Obviamente, el tráfico de personas es un negocio subterráneo, hacer estadísticas confiables no es nada fácil. Pero los hechos en casos que han salido a la luz son escalofriantes. Por ejemplo, en 2011, dos hombres en Miami fueron hallados culpables por pasar 5 años engañando a mujeres para que cayeran en una trampa de tráfico. Ellos les prometían puestos de modelos, cuando las mujeres se acercaban para las pruebas, las drogaban, secuestraban, violaban, grababan toda esa  violencia y les vendían las cintas a las tiendas de pornografía de todo el país.

Muchas actrices porno, al igual que ocurre con muchas mujeres víctimas de trata, son captadas con falsas ofertas de trabajo como modelos, bailarinas o actrices

Muchas actrices porno, al igual que ocurre con muchas mujeres víctimas de trata, son captadas con falsas ofertas de trabajo como modelos, bailarinas o actrices

Ese mismo año, una pareja en Missouri fue sentenciada por obligar a una niña con retraso mental, a producir porno, la golpearon, flagelaron, sofocaron, electrocutaron, ahogaron, mutilaron y estrangularon hasta que ella aceptó. Una de las fotos para las cuales la obligaron a posar, terminó siendo la portada de una publicación de Hustler Magazine Group. Estos casos son sólo la punta del iceberg, muchos casos similares existen, y por cada víctima descubierta, innumerables más sufren en silencio. Otras son introducidas al mundo de la prostitución forzada. Dado que la pornografía hace que la prostitución y explotación sexual parezca normal, no es sorprendente que exista una fuerte relación entre el uso de la pornografía y el acudir a prostitutxs. De hecho, lo hombres que van con prostitutas han visto el doble de porno durante el último año, comparado con la población en general. Tampoco es sorprendente que cuando estos clientes aparecen, muchos ya vienen con imágenes porno en mano y se las muestran a las mujeres que están explotando, la mayoría de las cuales son víctimas de las mafias, controladas por chulos, y que forzarán a recrear esas imágenes. Y ellos no son los únicos en usar el porno como ilustración. “chulos y traficantes usan la pornografía para iniciar a sus víctimas en su nueva vida de esclavitud sexual,” comenta la Dra. Janice Shaw Crouse, representante de Beverley La Haye Institute. A través de la exposición al porno, estas víctimas “se desensibilizan para aceptar lo inevitable y aprender lo que se espera de ellas”. En un estudio de 854 mujeres en prostitución alrededor de 9 países, 49% dijo que se había realizado porno de ellas cuando estaban siendo prostituidas, y un 47% dijo que habían sido dañadas por hombres que las habían obligado o intentado obligar a hacer cosas que ellos habían visto en porno. Al final, el porno impulsa la prostitución, y el porno y la prostitución son los productos que el mercado del sexo ofrece.

El porno es  a la prostitución lo que el marketing a la publicidad,  una maquinaria normalizadora del uso y abuso de las mujeres como objetos (prostitución) y creadora de la necesidad de ejercer violencia y dominación sobre las mujeres.

El porno es a la prostitución lo que el marketing a la publicidad, una maquinaria normalizadora del uso y abuso de las mujeres como objetos, creadora de puteros y de la necesidad de ver y ejercer violencia y dominación sobre las mujeres para lograr excitación. Violencia que no solo se lleva acabo sobre las mujeres prostituidas de la calle o del porno, sino sobre todas las mujeres, ya que   marca las tendencias y preferencias sexuales de quienes lo visionan, que piden luego hacer lo que ven a sus parejas o a mujeres esclavizadas sexualmente.

*Traducción: Alondra Delgado