El trauma tabú. «Mujeres sombra». Por la Doctora Ingeborg Kraus


Texto escrito por la Dra. Ingeborg Kraus, publicado sobre «Trauma y prostitución» en abril de 2018; a continuación traducido del alemán al inglés por «Abolition de l’industrie du sexe Canada». Corrección de pruebas por Mary Veronica Clancy. Traducción del inglés al español por Plataforma Anti Patriarcado.

Las mujeres en la sombra son mujeres cuyos maridos las traicionan recurriendo a mujeres prostituidas. Hasta ahora, casi no se ha prestado atención a estos «daños colaterales» de la prostitución, y prácticamente no hay informes al respecto.

La siguiente entrevista, que realicé a una mujer afectada, me conmovió profundamente. Una de las razones es que sólo entonces fui plenamente consciente de la dimensión del perjuicio sufrido. En realidad, se produce un enorme perjuicio cuando la pareja de una mujer acude a una mujer prostituida. Este tipo de traición tiene consecuencias devastadoras para toda la familia, y las víctimas no son tomadas en serio ni reciben ayuda eficaz. Contradictoriamente, existe el peligro de que incluso los terapeutas inviertan los papeles de culpable y víctima, y de que el cónyuge traicionado sufra un lavado de cerebro por su parte. En Alemania prácticamente no existe literatura especializada sobre la adicción al sexo, por lo que no hay posibilidad de ilustrarse sobre el tema ni de comprender lo que te hacen. La otra razón es que, en mi calidad profesional de terapeuta, conozco a muchas mujeres que son devaluadas por sus parejas. Tal vez sus parejas no acudan a mujeres prostituidas, pero todo hombre tiene acceso al porno aunque no acceda a él directamente. En todas partes nos enfrentamos a representaciones pornográficas de mujeres, incluso sin querer verlo. Y en un país donde la prostitución está legalizada, sigue siendo un derecho del hombre acudir a mujeres prostituidas o tener el privilegio de decidir no hacerlo. Y si analizamos la cuestión más de cerca, en última instancia, todas las mujeres son mujeres en la sombra en un país que legaliza la compra de sexo y considera la prostitución como trabajo sexual.

La siguiente entrevista fue realizada por la doctora Ingeborg Kraus el 29 de marzo de 2018:

Vivo con mi marido desde hace 36 años y estoy casada con él desde hace 27 años. Tenemos tres hijos adultos que ya no viven en nuestra casa, pues han terminado sus estudios. Cuando todo se vino abajo, mi hija menor estaba terminando la enseñanza secundaria. La imagen de su padre, mi marido, se vino abajo.

Mi marido trabaja por cuenta propia y es económicamente independiente, así que tuvo la oportunidad de dedicar tiempo a sus acciones sin hacernos sospechar. Todos los días acudía a las comidas comunes y siempre estaba presente en la vida familiar. Además, me sentía muy apoyada por él. Se preocupaba tanto por todos nosotros que nunca me preguntaba dónde estaba o qué hacía. Siempre iba a las prostitutas cerca de su lugar de trabajo y justo después se sentaba con nosotros a comer en la mesa familiar.

Con el paso de los años, experimenté cómo se desentendía emocionalmente de nuestra vida familiar. Su sexualidad también cambió. Una y otra vez intenté hablar con él sobre el tema, pero se negaba. A veces me tocaba de una forma distinta a la normal. Hoy sé que era porque antes había estado con una prostituta. Yo lo sentía, pero no podía ponerle nombre. Le dije: «Me tratas como a una prostituta, me tocas como a un trozo de carne». Ya no había intimidad. Ya no había ternura, sólo se trataba de crear estímulos. No se trataba tanto de las cosas que quería, sino más bien de la forma en que las exigía. Empezó a hablar en un tono de voz exigente y autoritario, que me repugnaba: «Haz eso, tócame así, siéntate de una manera especial, ve allí…». Siempre dejaba de hacerlo cuando yo me quejaba y acababa discutiendo. De repente, tenía preferencias especiales que antes no tenía, o al menos no las exigía con tanto rigor, por ejemplo en lo referente a la vestimenta erótica. De vez en cuando, me cambiaba y ponía vestidos que yo había elegido, y entonces había muchas infravaloraciones, sobre todo en lo referente a la sexualidad. Había momentos en los que él quería vengarse de mí porque le había rechazado sexualmente. Yo desarrollaba cada vez más pensamientos de: «No le satisfago. Algo va mal», pero no podía ponerle nombre. Una y otra vez hacía comentarios extraños: «Básicamente, me gustan las mujeres rubias, o de ojos azules…». Pero esto ocurría cada largo tiempo, y no era tan extremo como para que me hubiera divorciado de él por ello. Sin embargo, aunque me causaba muchos problemas, nunca me habría imaginado cuál era el motivo de estas cosas.

A mi modo de ver, siempre hablaba de forma muy despectiva de los hombres que miraban a las mujeres que pasaban por su lado, y se enfadaba cuando se enteraba de que había hombres infieles en su círculo de amigos. Se presentaba como una persona interesada en los derechos de la mujer y me apoyaba en mi desarrollo profesional. Estaba segura de que en este asunto era muy sincero.

Fotograma del sketch de ‘Saturday Night Live’ sobre los feministas impostores. Foto: NBC

Siempre estaba dispuesto a cumplir sus deberes como padre de familia, pero emocionalmente ya no era accesible y a menudo estaba malhumorado. Con el tiempo, se insensibilizó emocionalmente, no me valoraba y tenía menos ganas de sexo. Cuando teníamos sexo, ocurría sin ninguna gran intimidad, se trataba más bien de mera satisfacción. Ya no esperaba mucho en cuestiones emocionales, y pensaba que era normal cuando te haces mayor y llevas tanto tiempo juntos. Cuando hablaba de ello con otras mujeres, me decían lo mismo. No me daba cuenta de lo mucho que estaba sufriendo. Después, creo que en algunas fases estuve deprimida sin ser consciente de ello. Finalmente, intenté buscar ayuda terapéutica, porque creía que me pasaba algo. Sin embargo, como no sabía lo que realmente pasaba en mi vida a mis espaldas, esto no pudo cambiar los problemas de fondo, aunque elevó mi bienestar y me hizo más fuerte emocionalmente.

Mi marido y yo hablábamos mucho el uno con el otro, pero a posteriori reconocí que cuando se trataba de nuestros problemas, nuestras conversaciones eran una farsa, porque nunca llegaba a saber lo que ocurría realmente. Con el tiempo me acostumbré a la insensibilidad de mi marido y no me di cuenta de que evitaba el contacto visual conmigo. Pensaba que todo esto era normal, porque no conocía nada fuera de mi propia familia y estaba convencida de que tenía un matrimonio real, bueno, en comparación con otros. Esto era un auto engaño, ilusión y entumecimiento. Ya no sentía nada.

Con el tiempo decidí hacer una terapia combinada para mi cuerpo y mi alma. Fui recuperando los sentidos muy lentamente y, en una dimensión de la que antes no era consciente, llegué a saber lo que me había pasado. Paso a paso, me di cuenta de las cosas, y un día descubrí un mensaje de una mujer desconocida en el móvil de mi marido. Este fue el comienzo de un proceso de revelación que duró más de 4 años.

En primer lugar, él lo negó todo, incluso en la terapia de pareja sólo admitió que yo lo había descubierto antes. En las sesiones de terapia se consideraba que era un problema de pareja al que ambos habíamos contribuido. Intentó mantener su estrategia de mentiras también en la terapia; intentó trivializar y minimizar. Aunque hubiera contradicciones evidentes, los terapeutas no estaban interesados en hacer una investigación detallada. Ni sus evidentes mentiras, ni la violencia emocional, ni el poder que utilizaba de este modo, fueron elegidos como tema central, ni sus intentos de tratar de volverme loca sistemáticamente. (El término aquí es «gaslighting»: un tipo de terror psicológico emocional y abuso sistemático en el que el agresor proporciona información errónea a la víctima y tiene como objetivo hacer que la víctima sospeche de su propio reconocimiento y razón, también tiene como objetivo confundirla, amedrentarla y hacerla insegura hasta que cuestione su propia salud psicológica). En cambio, en terapia me trataron como si fuera una esposa celosa que había desarrollado fantasías anormales y que tenía que aprender a aceptarle tal como era. Sin embargo, mis fantasías eran bastante más inofensivas que lo que había ocurrido en realidad, porque la dimensión de la traición real era inimaginable para mí. Era como un lavado de cerebro. Él lo seguía negando, y los terapeutas se unieron al «juego». Sólo al cabo de cuatro años se descubrió todo el panorama, cuando encontré por casualidad en su sistema de navegación innumerables direcciones de burdeles y prostitutas. Después de esto, no tuvo más remedio que admitirlo todo.

Terapia revictimizante

Para mí fue una época terrible. En esos años nos traumatizábamos mutuamente una y otra vez. Para él, cada descubrimiento era una «experiencia traumatizante». Para mí también. Cuando pienso en cómo vivíamos juntos y lo que todo eso hacía con nosotros… Ya no era posible ver la televisión juntos, ir al cine o simplemente ir a cualquier sitio juntos. Sentado o caminando a mi lado, solo estaba permanente y obsesivamente preocupado por mirar a las mujeres de forma lujuriosa. Había desarrollado una importante adicción al sexo y estaba convencido de que tenía derecho a mirar a las mujeres como objetos sexuales. Ya no estaba presente en nuestra relación. No era sólo la pérdida de intimidad y cercanía, mi marido también estaba empobrecido emocionalmente. Mientras yo me preocupaba e intentaba motivarle para que hiciera algo bueno por sí mismo, me daba cuenta de que cada vez estaba más aletargado y no sentía placer por nada.

Hubo un tiempo, antes de que lo supiera todo, poco después de empezar mi terapia combinada para cuerpo y alma, en que le dije: «Algo tiene que cambiar, de lo contrario me separaré de ti». Entonces empezó la terapia, pero mintió a su terapeuta y me dijo lo mucho que me había descuidado, que había cometido muchos errores y que estaba luchando por una segunda oportunidad para nuestra relación. Mientras tanto, se prostituía. Llevaba una doble vida; al final tuvo varias mujeres simultánea y directamente. Fue un horrible momento de despertar cuando se reveló. Fue una época torturadora y traumatizante. Quería saber la verdad sobre mi vida. La vida que creía mía no existía. Persistentemente tengo reacciones extremas cuando descubro contradicciones en cualquier lugar. Mis pensamientos circulan en torno a la pregunta de qué habrá o podrá haber.

Mujer con ataque de ira

Me puse las pilas y busqué grupos de autoayuda y terapeutas especializados en el tratamiento de la adicción al sexo. En Alemania prácticamente no hay posibilidades, y es difícil que te escuchen. Por eso me fui a Gran Bretaña. Allí tienen otra forma de tratar la adicción al sexo, y hay grupos e institutos para adictos al sexo y sus parejas. Encontré amigas maravillosas con las que he mantenido el contacto hasta hoy. Gracias a este contacto me di cuenta de que tenía suerte de que mi marido me hubiera apoyado cuando me hice autónoma. Conocí a mujeres que desconocían las visitas de sus maridos a prostitutas y habían acumulado grandes deudas. Sin que sus esposas lo supieran, habían arruinado a toda la familia. En la prostitución hay ámbitos en los que las mujeres son muy caras y quieren ser impresionadas con regalos muy caros, mostrando una lista de deseos en sus páginas web. Los hombres quieren presentarse ante estas mujeres como grandes tipos, cumpliendo sus deseos de regalos caros, o quieren ayudarlas a salir de cualquier supuesta crisis. Es molesto ver cómo las mujeres, además de sufrir traumas y humillaciones, tienen que pagar por estas deudas. Además, tuve la suerte de no coger ninguna enfermedad de transmisión sexual.

En el tiempo posterior a la revelación, nuestro círculo social también cambió. Casi todos nuestros contactos se rompieron, porque yo no estaba dispuesta a fingir ante nadie, y las reacciones (también de las mujeres) ante las visitas de mi marido a las prostitutas fueron en algunas partes extremadamente denigrantes hacia mí. Una amiga me dijo: «Es ingenuo creer que los hombres no lo hacen, por eso me aseguro de que tenga sexo regularmente, para que no ocurra algo así». La actitud fue: en cualquier caso, parece que es culpa tuya. Estoy muy enfadada por esto. Quizá una de las razones es que en el pasado pensaba lo mismo y no era capaz de imaginarme ninguna situación como ésta. Hoy estoy enfadada porque ocurre tan a menudo, que nuestra sociedad lo facilita y al mismo tiempo lo silencia.

El consenso social es obvio, se culpa y avergüenza a la mujer. Si un hombre acude a una prostituta, es porque su mujer no es lo suficientemente sexy o buena en la cama.

A mí me costó muchos años recuperar la fuerza, volver a sentirme suficientemente atractiva, que todo está bien conmigo, que tengo una sexualidad normal.

Durante mucho tiempo había pensado que ninguna parte de mi cuerpo era suficientemente buena. Con el tiempo, mi marido dejó de decirme cumplidos y cosas bonitas. Mis sentimientos cuando me enteré de que elegía mujeres por Internet fueron: No hay ninguna parte de mi cuerpo que él no pueda encontrar mejor y más bonita en otra parte, desde las uñas de los pies hasta el pelo. Y esto también se refería a mis órganos sexuales, mis pechos, mi cara, mis piernas, mis rodillas, mis manos, mi piel, mis ojos, mis labios… y además, mi postura, mi forma de moverme, mi voz, mi amabilidad… como si no hubiera nada en mí que no pudiera encontrar mejor, más bonito, más agradable, en otro sitio. Eso determinó mi autoimagen durante mucho tiempo. No soportaba mirarme al espejo. Todo lo que veía era: Soy vieja (aunque él es 10 años mayor que yo), no tengo un pelo bonito y mis ojos no son tan bonitos como los de una mujer de 25 años de ojos azules de Europa del Este. Esta percepción vino acompañada del conocimiento de que se prostituía, y con cada revelación se hacía más fuerte, como una experiencia retraumatizante. Este sentimiento ya no podía silenciarse. Se sentía como: No queda nada bonito en mí, nada especial, precioso, agradable. Me sentía como un desguace de piezas de recambio.

Pasó una eternidad hasta que eso cambió; he estado sufriendo por ello durante años y me ha preocupado mi autoimagen. Además, en ese tiempo no podía salir, ver películas o leer revistas sin que me provocaran, porque en todas partes había esas imágenes de mujeres con la boca entreabierta, profundos escotes, etcétera. En todas las carreteras había carteles con esas imágenes, y en cada vereda me cruzaba con carteles que anunciaban prostíbulos, o conducía detrás de camiones en los que se veían unas nalgas femeninas bien formadas. Me sentía permanentemente asqueada y al mismo tiempo me preguntaba: ¿qué están anunciando aquí? Y descubrí que era publicidad de lámparas. Lo que sentí fue una mezcla de rabia extrema y humillación extrema. A menudo tenía pensamientos cuando veía a una mujer mujer por la ciudad y me imaginaba que había satisfecho oralmente a mi marido.

Mujer con ataque de ira

Creo que es muy importante que empecemos a hablar de la superación de la vergüenza y dejemos de considerar normal que los hombres hagan esto. Las mujeres han asumido el papel de considerar esto normal, de considerar la prostitución como algo normal, y si hablan en contra, se las tacha de mojigatas.

No hay disuasión sin una legislación que castigue a los compradores de sexo. Los hombres creen que están en su derecho y se convencen de que las mujeres realmente lo quieren así. Creo sinceramente que hay sentimientos de vergüenza y autodesprecio inmediatamente después del acto. Pero incluso después de esto, nosotras como mujeres tenemos que ser las que más sufrimos por ellos; por un lado, esto era obvio en la forma devaluadora en que mi marido hablaba de las prostitutas cuando tenía que hablar de esto conmigo, y en la época en que visitaba prostitutas regularmente, y por otro lado, se manifestaba en la forma en que yo era devaluada, lo que significaba que había algo malo en mí. Sólo así mi marido podía justificarse.

Hacer algo que está en contradicción con tus valores personales genera -incluso en secreto- un malestar extremo. El término para esto es disonancia cognitiva. Para reducir la disonancia y la tensión incómoda relacionada con ella, sin renunciar a su comportamiento adicto al sexo, los hombres crean una especie de pensamiento escalonado, una división interna de su autopercepción en una parte que sólo pertenece a su personalidad cuando se mueve en un determinado círculo con su propio sistema de valores. Una parte está aparentemente desconectada de la otra, de tal forma que fingen para sí mismos, «olvidar» a esposas e hijos cuando visitan a prostitutas, y olvidan estas visitas cuando pasan tiempo con sus familias. En terminología psicológica, esta división interior inconsciente se denomina «compartimentación». Por un lado está el marido y padre leal y cariñoso, por el otro el semental audaz, que traspasa los límites y es arrogante, que compra sexo despreocupadamente a mujeres que tienen prácticamente la edad de sus propias hijas. Si los hombres se ven atrapados en este comportamiento adictivo, tienen una forma de pensar completamente diferente en comparación con su vida normal, en la que tienen que controlar su comportamiento adictivo. Ese es el tipo de división interna. Y eso es lo que tiene efectos tan traumatizantes si intentas reconectar estas partes, también para los hombres. Estas dos partes no están fusionadas en su personalidad. Realmente creen que deleitan a las prostitutas con su virilidad, porque eso es por lo que pagan y lo que las prostitutas tienen que fingir ante ellos, mientras que esto es de lo que ellos tienen que disociarse. Mi marido al mismo tiempo idealizaba a las prostitutas y las despreciaba. Y a mí me pasaba lo mismo, por un lado me idealizaba y por otro me devaluaba completamente.

En relación con las prostitutas, se trata de poder, manipulación y auto engaño, pero en realidad se trata de miedo: el miedo a estar en una relación cercana, real, íntima, a un nivel equitativo. Mi marido empezó a visitar prostitutas cuando yo ya casi había terminado mis estudios, tenía más confianza en mí misma y no dependía tanto de él como antes.

Hace poco encontré una carta abierta de una mujer prostituida a las esposas de sus clientes. Escribía con desprecio que, por supuesto, todas las mujeres que la leyeran pensarían que ella no podía significarse y lo poco realista que es esto en la realidad, como lo demuestra el número de sus clientes casados.

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Luego empezó a enumerar los argumentos de por qué nosotras como esposas o compañeras nos beneficiábamos aceptando y valorando su «trabajo», porque en comparación con una pareja amada, ella no quiere a nuestros maridos, ni siquiera quiere realmente tener sexo con ellos, y por lo tanto no era un peligro para nosotras, como si sólo fuera un mal menor que tenemos que aceptar porque así son los hombres. No es de extrañar que esta imagen de los hombres se esté devaluando. Esta mujer no reconoce, tal vez porque nunca lo vivió directamente, que el fraude, el secretismo, la traición y el mirar a las mujeres como puros objetos sexuales -la deshumanización- es el verdadero problema. Debido a ello, el respeto mutuo, la confianza y la verdadera intimidad se vuelven imposibles, por lo que la prostitución tiene efectos destructivos sobre la base de una verdadera relación de pareja. Es diferente si el hombre tiene una aventura con una mujer «real», una persona «real» con sentimientos reales. Sin duda, esto es extremadamente doloroso para la pareja, pero no destruye nuestro sistema de valores ni la capacidad de un ser humano de amar por completo. (En esto diferimos porque la mayoría de hombres infieles hoy consumen también pornografía y/o prostitución y tratan a las mujeres con las que son infieles como cachos de carne, como prostitutas gratis, las ven igual, las tratan igual o peor, solo que además en muchos casos también les mienten, gaslightean y ningunean como a las esposas habituales, cosa que no necesitan hacer con una mujer prostituida).

Nos llamo mujeres sombra, porque estamos a la sombra de este sistema. No tenemos elección, no lo hemos elegido, y no tenemos voz en todo el debate sobre la prostitución. Una de las razones es que la mayoría de las mujeres espera no tener que preocuparse nunca por esto, y la otra es que las que lo saben tienen un miedo muy real a ser avergonzadas y atacadas en cuanto hablen de ello. Se trata de un pensamiento insoportable si se tienen en cuenta las experiencias masivamente traumatizantes debidas al fraude, la traición y el abuso de esposas y parejas durante mucho tiempo, y según el desolador estado psicológico resultante. Hoy en día es más aceptable salir del armario como prostituta y ejercer la prostitución como trabajo que ser la esposa o pareja traicionada. Y eso también es una asignación característica de la traumatización: humillar y hacer recaer la vergüenza sobre la víctima.

Muchas gracias por la conversación.

Dra. Ingeborg Kraus

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